La educación debería ser lo más importante para un país. No solo ayuda a desarrollar habilidades y conocimientos que son necesarios para el desarrollo económico, social y cultural, sino también mejora la calidad de vida de la población, porque aumenta la productividad y promueve la igualdad de oportunidades. Pero en Venezuela, la educación es la última prioridad. ¿Y saben por qué? Porque, además de lo dicho al principio de este párrafo, la educación es una herramienta clave para combatir la pobreza y la desigualdad, y para promover la inclusión social. Y a este régimen no le conviene salir de los pobres. ¿Recuerdan aquella historia que contó Guaicaipuro Lameda de que “la revolución necesita a los pobres”?…
Sí, la pobreza está estrechamente relacionada con la falta de educación. Estudios han demostrado que los niños que provienen de familias de bajos ingresos tienen menos probabilidades de recibir una educación de calidad, lo que a su vez aumenta las probabilidades de que sean pobres de adultos. Y ahora peor, porque el régimen, como alega que no tiene cómo pagarles sueldos dignos a los maestros (¡qué manera de sacudírselos tan expedita, porque real para construir estadios con jacuzzi sí hay!) decide que los “bachilleres” serán quienes den clases en primaria.
Escribo “bachilleres” entrecomillado, porque desde hace años, todos sabemos cómo primero el régimen de Chávez y ahora el de Maduro, asesinaron a la educación venezolana. Eso sí, repartieron diplomas como locos. Con las fulanas misiones educativas no hicieron otra cosa que lo mismo que el Mago de Oz con el Espantapájaros: darle un certificado impreso para que él creyera que eso bastaba para adquirir conocimientos y destrezas. Los flamantes “bachilleres” se gradúan sin haber visto materias que antes eran consideradas (y para mí lo siguen siendo) imprescindibles, como matemáticas, física y química. No ven sino el revisionismo histórico inventado por el chavismo. Me imagino que materias como literatura y biología tampoco hay quien las dicte. En otras palabras, un “bachiller” venezolano probablemente se graduó viendo educación física y la historia de la saga chavista.
Antes en el colegio veíamos educación moral y cívica. Ya no. Y es que un ciudadano educado no le conviene a la revolución que tanto habla de la formación ciudadana. Porque un ciudadano educado conoce sus deberes y sus derechos. El derecho a la protesta es uno de ellos. Y los regímenes como el venezolano prohíben la protesta porque temen que los ciudadanos se unan para desafiar su autoridad y poder. Esto podría amenazar su control sobre el país y su capacidad de mantener el orden. No les conviene que los ciudadanos se unan y desafíen su autoridad. Por eso han repelido las protestas, legítimas, justas y cabales, de los maestros.
La manera más segura y expedita de que un país se desarrolle es a través de una combinación de inversiones en educación, salud, infraestructura, innovación y desarrollo empresarial. Esto ayudaría a mejorar la productividad, la competitividad y la calidad de vida de la población. Además, es importante que los gobiernos promuevan la inversión extranjera directa, el comercio internacional y la cooperación regional para aprovechar los recursos y las oportunidades de los países vecinos. Pero eso no va a pasar en Venezuela. Aquí los altos jerarcas de la revolución seguirán viviendo en sus burbujas, creadas a partir de sus fortunas robadas, mientras el pueblo, pobre e ignorante, espera que le otorguen el Premio Nobel de la Paz a Alex Saab, uno de los causantes de su hambre y miseria.
Hace casi dos años escribí un artículo que titulé «Ha muerto la educación en Venezuela». Muchas personas me dijeron exagerada, que todavía estaba viva. Agonizando, pero viva. Si eso era cierto, hoy el gobierno de Nicolás Maduro le acaba de propinar la estocada final