Mucho puede decirse y señalarse del maltrato -incomprensible por lo demás- al que han sido sometidas nuestras casas de estudio superiores, fundamentalmente por parte del gobierno nacional, al no darle los recursos y presupuesto para su normal actividad y desenvolvimiento, maltrato que se expresa al muchas veces descalificarlas cuando han sido las grandes promotoras de talento y recurso humano por décadas, o igual ese maltrato se expresa en que las mismas no cuentan con recursos para la reposición de cargos, dotar bibliotecas y laboratorios, pasando por no poder comprar equipos de trabajo, cumplir con las providencias estudiantiles como residencias, becas, transporte, comedor y demás, hasta no poder mantener las plantas físicas como auditorios, aulas de clases, bibliotecas y demás espacios, hoy en franco deterioro y abandono, sin olvidar los robos y afectación de sus ornatos, recordando que los daños se producen por acción pero también por omisión.
El gobierno desde sus inicios prefirió y se caracterizó por la improvisación e inventos de cuanta cosa se pueda imaginar, desde cultivos exóticos, unidades de producción, promoción de ciertos rubros, alianzas con otros países y determinadas áreas, inversión en muchos programas que no dieron frutos ni resultados y por supuesto el área educativa no estuvo exenta y lejos de dotar, apoyar y mejorar lo que teníamos prefirió promover unos inventos educativos, unas universidades e institutos de papel cuya transcendencia, proyección y reconocimiento no pasan de Maiquetía o Cúcuta, olvidando que la educación, la salud, la seguridad no sólo son transcendentales en la sociedad del siglo XXI sino que no deben partidizarse precisamente por su esencia y roles.
Hemos dicho y repetido hasta la saciedad que son nuestras universidades el mayor activo con que cuenta el país y la sociedad venezolana. De ella egresan, incluso en la grave situación actual de las universidades y de los universitarios profesionales formados con altísima preparación y nivel en todas las áreas y ámbitos. Venezuela se transformo a partir de los años sesenta en un país moderno, de progreso y desarrollo entre otras cosas por el talento y profesionales que por décadas formarnos en nuestras casas de estudio. Eso no se puede desconocer por mucha miopía que se tenga, y la calidad de nuestros profesionales se expresa en el desempeño que en el mundo entero tienen nuestros egresados, ubicados en el sector publico y privado ubicados en importantes cargos y puestos de dirección, en docencia e investigación y demás.
Lo registrado en los últimos tiempos, particularmente en la última década no tiene antecedentes, repito de maltrato por acción y por omisión al someter a nuestras universidades a una suerte de asfixia, ahogamiento y muerte súbita, al no contar por un lado con presupuesto y recursos necesarios para el desarrollo normal de sus funciones y fines, además de violar y desconocer las normas de homologación, afectar drásticamente los programas de salud, HCM y seguridad social, asimismo someter al sector universitario a salarios de hambre, ambos aspectos que en su conjunto conforman una especie de sentencia de muerte no materializada.
Nuestras universidades literalmente no han cerrado sus puertas gracias al coraje e ímpetu de los universitarios que en situaciones denigrantes y lesivas a la condición humana seguimos al pie del cañón laborando, sobreponiéndonos por supuesto a renuncias, jubilaciones, reducción de nuestras matriculas, cierre de laboratorios y otras situaciones, y sin embargo, no hemos dejado de trabajar, incluso no sólo de forma presencial, sino que la pandemia tuvo un lado positivo al plantear desafíos y llevarnos a la semipresencialidad y virtualidad.
El pasado 29 de marzo la Universidad de los Andes, la ULA cumplió 237 años de la fundación de nuestra Alma Mater, somos la segunda universidad del país en edad, tradición y seguimos manteniéndonos en los primeros lugares en los diversos rankings de medición. Cuanto tiempo ha transcurrido desde aquel año de 1785 donde por iniciativa, ímpetu y gallardía del obispo Fray Juan Ramos De Lora se funda el Seminario que posteriormente se convertiría en la Universidad de los Andes. Nuestra ilustre Universidad de los Andes ha parido y graduado importantes y destacados profesionales -a lo largo de más de doscientos treinta y pico de años de vida institucional- en la medicina, las artes, las letras, la política, el derecho, etc, profesionales estos que ciertamente se han destacado a lo largo y ancho tanto de Venezuela como fuera de esta.
La lista de maltratos y sin sentidos del gobierno hacia las Universidades Autónomas es infinita. Sin embargo, a lo interno también hemos cometido errores, algunos por acción y otros por omisión y son errores muy cuestionables porque no podemos alegar ignorancia, es decir, muchas actuaciones nuestras son cuestionables nos quejamos del gobierno, pero reproducimos internamente los maltratos y torpezas que tanto denunciamos. Los equipos rectorales, los decanos, representantes profesorales a los distintos cuerpos colegiados de gobierno y co-gobierno han triplicado y cuadriplicado sus periodos y no por gusto, sencillamente no han podido sustituirse como corresponde en las democracias modernas -a través de elecciones libres, transparentes y periódicas- y esto trae como consecuencia un deterioro generalizado, un agotamiento en todos los órdenes de las autoridades, algunas autoridades enfermas, otras fallecidas, y muchas sin las energías, visión y proyectos para conducir con éxito sus gestiones.
Las autoridades debieron ser las primeras a partir precisamente de nuestra condición autonómica en procurar dictar un reglamento electoral, definir una formula para el computo de votos y finalmente convocar a elecciones, más allá de la amenaza latente del Tribunal Supremo de Justicia que ha suspendido varios procesos electorales en varias instancias y niveles. Y allí han fallados los servicios o consejos jurídicos al replegarse creemos debimos salirle al paso al gobierno y dar ejemplo y marcar la pauta teniendo un instructivo, un reglamento, y más aún, convocando a elecciones para renovar todas las magistraturas, pero igual los servicios jurídicos y las propias autoridades no han sabido manejar la ola de éxodos, renuncias e incumplimiento básicamente de profesores, empleados, obreros y personal que por la crisis o situación país opto por irse, o estando afuera no se dio la debida reincorporación de ese personal y recursos.
Tal vez nunca se pensó en una situación como la que hoy nos acontece y por ende no se previeron situaciones como las que estamos padeciendo, no sólo de maltratos del gobierno sino también de maltratos internos por aplicación tacita de normas y reglamentos pensados en otra época y realidad, y se nos están dando situaciones encrucijada donde colocamos en tres y dos como se dice en beisbol, básicamente a nuestros profesores, que lejos de incorporase al estar trabajando fuera del país terminan renunciando a nuestras universidades perdiendo esos talentos. Estamos obligados a estudiar figuras y mecanismos que nos permitieran no perder esos recursos humanos. Estamos perdiendo cargos y recursos humanos algunos insustituibles por su dilatada formación que representan una merma importante de la academia.
Se ha dado el caso en la Universidad de los Andes por ejemplo, de renuncias de profesores en varias facultades (la renuncia es un acto personalísimo y unilateral por diversas razones de poner fin a una relación laboral) aprobadas por los consejos de facultad y no tramitadas ni aprobadas por las autoridades rectorales (estando conscientes que en algunos casos hubo incumplimiento de becas y demás) con lo cual al no aprobarlas no se certifican y disponen de los recursos, y por ende no es posible llamar a concursos, pero además, se corre el riesgo de perder los cargos al sacarlos de maqueta perdiendo así chivo y mecate.
La Universidad no solo debe formar hombres probos y profesionales, sino además como institución y semillero, tiene una inmensa deuda con nuestro país y sociedad. Ahora bien, el problema y reto radica en que los procesos de cambio y transformación institucional, cultural y educativo no dependen estrictamente de la motivación o inquietud de un hombre, llámese dicho funcionario ministro, rector, vicerrector académico, secretario, decano, etc, etc, sino que son producto y consecuencia de un equipo, de una propuesta madurada y argumentada, en fin de un esfuerzo colectivo. A veces pareciera que la sociedad venezolana principal beneficiaria de las Universidades, le ha fallado a las mismas al no ser defendidas de tantos maltratos o valoradas en su justa dimensión por millones de venezolanos egresados de ellas.
Por otra parte, debemos señalar que en las actuales circunstancias del país y de nuestra sociedad se exige detenernos un tanto a evaluar, analizar y fundamentalmente a repensar nuestros modelos educativos e imprescindiblemente a nuestras universidades. El gran reto debe ser la transformación de la misma consustanciada con unas exigencias, demandas y tiempos en los que se hace inviable mantener los mismos esquemas de pensamiento y acción. La sociedad actual, la sociedad del aprendizaje y del conocimiento, exige una mayor imbricación con las instituciones, con la universidad y demás foros.
Estas necesidades no podrán ser sólo satisfechas con un listado de nuevas titulaciones, sino con el desarrollo de «cualidades personales», qué «estilos», qué «destrezas» y qué «manera de hacer», en definitiva, qué actitudes y aptitudes han de caracterizar a los universitarios que nuestra sociedad requiere. Más temprano que tarde se producirá un cambio en el gobierno. Lo propio sería pensar a nuestras universidades antes de ese cambio. Si tenemos medianamente claro las fallas, las fortalezas, los aciertos y desaciertos de la institución, con toda seguridad podremos determinar el rumbo que deberá tomar nuestra máxima casa de estudios a partir claro está de la determinación de la cuantía en recursos humanos, científicos, institucionales y financieros con que se cuentan, junto al clamor de transformar a la universidad en función de unas necesidades y demandas de toda la comunidad universitaria, de la ciudad y del país respectivamente.