Decía Nelson Mandela que «la manifestación más notoria del espíritu de una sociedad está en la manera en que trata a sus niños». Un demoledor documento de la Sociedad Venezolana de Puericultura y Pediatría (SVPP), publicado hace poco, da cuenta del aforismo del destacado político y luchador social sudafricano al aplicarlo a la realidad venezolana.
Como quiera que desde 2009 no hay estadísticas oficiales sobre la condición nutricional de la población venezolana, la SVPP recurre a organizaciones de reconocida probidad para elaborar su informe, tomando como base la emergencia humanitaria compleja que vivimos desde 2015. Lo primero a destacar es que el gasto público en salud en Venezuela es de 1,4% del presupuesto global, el más bajo del continente americano, en contraste con países como Panamá (20,1%), Uruguay (19,8%), Chile (17,7%), Colombia (17,5%), Brasil (10,3%), México (11,0%), por citar unos pocos.
Debido a la emergencia humanitaria compleja, se ha documentado una pérdida de 3 años en la expectativa de vida entre los nacidos de 2015 a 2020 y los nacidos de 2000 a 2005. La inseguridad alimentaria toca al 94% de la población venezolana. La ayuda social a través de diversas ONG ha logrado mejorar la ingesta de proteína animal y de leguminosas en las poblaciones atendidas, que no pueden cubrir ni de lejos la totalidad de la población afectada.
Mientras, el programa gubernamental CLAP ha disminuido la frecuencia de entrega en más del 60%, ofreciendo harinas, azúcares, aceites, grasas y raras veces, proteínas. Estos déficits de consumo más la inseguridad alimentaria elevó probablemente a 13,6 millones el número de personas con subalimentación o hambre crónica en 2020 y 2021.
El documento de la SVPP destaca que para el año 2019, aproximadamente 2,2 millones de niños recibían una magra comida al día. Ese mismo año se registró un 30% de desnutrición crónica o retardo del crecimiento en menores de 5 años y malnutrición en el 50% de las embarazadas en hogares severamente empobrecidos. Añádase a eso que Venezuela es el segundo país de América Latina con la tasa más elevada de embarazo en adolescentes (el primero es Bolivia), lo cual incrementa el riesgo de desnutrición materno infantil, sin que se avizore en el firmamento algún plan de emergencia para corregir la desnutrición.Apoyados en datos de Cáritas Venezuela y la Fundación Bengoa, los autores del documento de la SVPP reportan un aumento de niños con desnutrición global aguda de 8,4% a 14,4% y un aumento en la desnutrición crónica de 30 a 33%. Uno de cada tres niños en el país tiene retardo del crecimiento, lo cual refleja el proceso de subalimentación, exponiéndolos a irremediables trastornos del desarrollo y enfermedades a futuro.
Como si esto no fuera poco, durante la pandemia se registró un aumento de la desnutrición en la población, afectando al menos a 3,1 millones de personas, especialmente menores de 10 años, embarazadas, personas mayores y otros grupos vulnerables. En la mitad de los estados más poblados se encontró riesgo de déficit nutricional en 60% de niños menores de 5 años.
La Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) en documento de 2021 refuerza los datos presentados por la SVPP. Al analizar el panorama regional de América Latina y el Caribe en cuanto a seguridad alimentaria y nutricional nos informa que el promedio de la región arroja 7,7 % (49,9 millones de personas) de prevalencia subalimentaria en el período 2018-2020, con mínimos en Uruguay (menos de 2,5%), Costa Rica (3,1%) y Chile (3,4%) y máximos en Haití (46,8%), Venezuela (27,4%) y Nicaragua (19,3%), dato vergonzoso para los venezolanos, que a principios de este siglo vimos como entraban al país ríos de dinero provenientes de los altos precios del petróleo, que en vez de ser usados para el bienestar del país y sus habitantes, fueron dilapidados en aventuras desquiciadas por los mandantes de turno.
En los «Cuentos grotescos» de José Rafael Pocaterra, uno de ellos («…De como Panchito Mandefuá cenó con el Niño Jesús») nos narra la triste historia de un niño de la calle, subalimentado, pegado a la vidriera de una pastelería mientras mira los pasteles que nunca podrá comer, cuento llamado a despertar voluntades en una sociedad adormilada. Hoy, a un siglo de su primera edición (Caracas, 1922), el cuento de Panchito vive en esos miles de niños que deambulan sin norte por esta tierra nuestra, en la urgencia de tiempos mejores, que solo vendrán si nuestros dirigentes orientan sus esfuerzos con generoso y unitario sentido de nación, a los fines de lograr el cambio deseado.
Gioconda Cunto de San Blas | @davinci1412 | junio 9, 2022