En cualquier nación democrática del mundo, lo acontecido en Bilbao sería visto como un ejercicio nauseabundo de involución; la perversión más infame de la moral pública, la degradación más vil de la política. Todos los partidos, sin exclusión, que mantienen con sus votos a Pedro Sánchez en La Moncloa se han retratado con su presencia en esa concentración en apoyo de la liberación de los presos etarras. Podemos, ERC, Bildu, Junts, PNV, BNG y demás formaciones «progresistas» -según expresión de Pedro Sánchez- han participado en un acto que es la quintaesencia de la ignominia y dibuja de forma descarnada el paisaje político de una nación sometida al yugo de los miserables. Y es que, por encima de ideologías, el apoyo a los verdugos y el lacerante olvido de las víctimas del terrorismo son, a día de hoy, la seña de identidad de una nación en manos de una pandilla de traidores. Y liderando ese grupo está Pedro Sánchez, que ha unido su destino político al de todos esos partidos que se conmueven por la situación de los matarifes de ETA y han condenado al olvido a quienes fueron vilmente asesinados y a sus familias.
Esta es la España del Gobierno socialcomunista, esta es la visión más espantosa de la degradación que asuela a un país en manos de una pandilla de miserables sin escrúpulos. Y Pedro Sánchez, callado, incapaz de mostrar el más mínimo atisbo de dignidad. Para el presidente del Gobierno, su continuidad en La Moncloa es más importante que la memoria de quienes perdieron su vida a manos de una banda de asesinos. Ni una palabra, ni un gesto, nada. Lo más irritante de todo no es que los que se han retratado en Bilbao sean los socios de Sánchez, sino que Sánchez siga aceptando como socios -por un puñado de votos- a quienes encarnan lo peor de la condición política y viven del odio, el sectarismo y la venganza. Al fin y al cabo, ellos -con su infamia- no engañan a nadie. Sin embargo, Sánchez, con su infamia, ha engañado y traicionado a España al entregarse en manos de quienes en Bilbao se han colocado en el primer plano de esa fotografía que es el retrato de una nación política y moralmente rota.