Los objetivos del pacto eran el blanqueamiento de la izquierda revolucionaria, el control poblacional y el debilitamiento de la Iglesia católica, la destrucción de los partidos políticos históricos de cada país (a los que acusarían de «neoliberales» y «fascistas»), así como desinstitucionalización de las Fuerzas Armadas y policiales
Por Hugo Marcelo Balderrama 9 enero, 2022
Había decidido que los últimos días de 2021 los dedicaría a las típicas actividades navideñas y los pasaría alejado del bullicio diario. Fue entonces que me puse a mirar el streaming de Radio Monumental (una de las emisoras más conocidas de Bolivia). Grande fue mi sorpresa, incluso dio por terminada mi corta vacación, cuando Andrés Rojas, uno de los locutores más famosos de mi país, confesó que en el año 2003 ―en pleno golpe de Estado contra el último gobierno democrático de Bolivia― censuró a un ministro de Estado que pedía el derecho a réplica. Además, de haber tomado partido a favor de los grupos de revoltosos (llamó a uno de ellos su gran amigo).
Después de superar mi ataque de rabia, me hice la siguiente pregunta: ¿Por qué la mayoría de los periodistas defiende y promueve la agenda progresista?
Empecé a atar cabos. Y comprendí que todas las ideologías que pretenden acabar con la libertad existen porque gozan de grandes fuentes de financiamiento (algunas legales, otras no tanto).
Casi por casualidad, una gran amiga hizo llegar a mis manos los trabajos de la escritora paraguaya Valeria Insfran. En sus artículos encontré la ficha faltante para completar el rompecabezas: El Pacto de Princeton.
Corría el año 1993, Fernando Henrique Cardozo (en ese momento ministro de Relaciones Exteriores de Brasil y representante del Dialogo Interamericano) y Luis Inácio Lula da Silva (fundador del Foro de Sao Paulo) ―bajo la coordinación de Warren Christopher (en aquel entonces secretario de Estado de Bill Clinton)― firman el Pacto de Princeton.
Los objetivos del pacto eran el blanqueamiento de la izquierda revolucionaria (es por eso que hemos visto llegar a los gobiernos de nuestros Estados a exterroristas como Pepe Mujica, Dilma Rousseff, García Linera, Michele Bachelet y la propia candidatura de Gustavo Petro), el control poblacional y el debilitamiento de la Iglesia católica, la destrucción de los partidos políticos históricos de cada país (a los que acusarían de «neoliberales» y «fascistas»), desinstitucionalización de las Fuerzas Armadas y policiales, y el compromiso de contribuir a la destruida economía cubana (en realidad, subsidiar el crimen transnacional de los hermanos Castro). En resumen, el Dialogo Interamericano (un Think tank que aglomera a banqueros internacionales, sus fundaciones y ONGs) pondría la plata y el Foro de Sao Paulo la ingeniería revolucionaria.
Para que los dólares llegaran a manos de los grupos subversivos sin levantar sospechas, los financiadores americanos, especialmente, George Soros, apoyarían a una gran cantidad de ONGs en la región
En su libro, El ciudadano X, Emilio Martínez (escritor uruguayo radicado en Bolivia) cita lo siguiente:
Evo Morales recibió apoyo de George Soros para concretar su llegada a la presidencia. Varias ONGs ligadas a Soros fueron promoviendo a Morales en los distintos foros internacionales, llevándolo a distintos eventos en Latinoamérica, Europa y EE. UU. Además, el Democracy Center, dirigido por Jim Schultz, pero financiado por Soros, opera en Bolivia, y tiene a la hermana de Oscar Olivera entre su directorio.
Asimismo, desde los años 60, Fidel Castro dedicó muchos recursos a los trabajos de espionaje en todos los países de Sudamérica. Por eso, en 1975, funda el Departamento América, cuya responsabilidad confía a Manuel Piñeiro (mejor conocido como el comandante Barba Roja). Este maestro del espionaje tenía la misión de detectar, reclutar y formar a simpatizantes de la Revolución cubana, ya se trate de estudiantes, sindicalistas, profesores universitarios, políticos, periodistas o incluso empresarios.
Estos agentes de influencia se ocuparían de mostrar al mundo las «bondades» y «logros» de la Revolución cubana. Un ejemplo entre miles, en los años ochenta, la economista venezolana Adina Bastidas ―mientras era consejera del Gobierno sandinista de Daniel Ortega en Nicaragua― es reclutada por el Departamento América. Veinte años más tarde, entre 2000 y 2002, se convertiría en vicepresidente de Venezuela en el seno del Gobierno de Hugo Chávez. En el caso de Bolivia podemos citar a Carlos Mesa ―quien en 1993 llamó «gigante de la historia» a Fidel Castro―, Carlos Valverde ―que incluso confesó tener tatuada la cara del Che en la espalda― o Amalia Pando ―aunque ahora dice estar decepcionada del MAS, fue una de las mayores impulsoras de la imagen de Evo Morales desde finales de los 90 y principios de los 2000―.
Con todo ese know-how, era evidente que para las ONGs sería muy fácil influir en la opinión pública de los países. Total, ya los periodistas habían sido formados por simpatizantes de Castro y su revolución. Ahora sólo faltaba que hicieran su trabajo, atacar a los políticos de sus naciones y, como en el caso de Bolivia durante los primeros años de los 2000, endiosar al candidato del Foro de Sao Paulo. El propio comandante Castro tenía una frase para estos personajes: idiotas útiles.
Penosamente, estos idiotas útiles fueron cómplices para que nuestras naciones cayeran en las garras de la peor organización criminal que ha parido la región.
Así están las cosas, es hora de unirnos contra la tiranía, que sobrepasa a los políticos locales, y que, con el apoyo de las falsas oposiciones, tiene sumida a nuestras patrias en la pobreza y el terrorismo de Estado.