De Nixon al Che Guevara y otras menudencias.En 1979, estando yo de año sabático en el Instituto Tecnológico de Georgia, mi vecina en La Vista Villas —una señora mayor de origen griego— me dijo que había que sacar a patadas al presidente Carter de la Casa Blanca. Al indagar sobre las razones en las cuales ella sustentaba tan drástica posición, me dijo que bien se lo merecía, por haberle entregado el canal de Panamá a los panameños. Bastó que le preguntara “Whose channel?” (¿el canal de quién?) para que mirándome como gallina que ve sal, diera por terminada nuestra conversación. No sé si salió a comentar con las otras viejitas del condominio o con sus hijos, que tras la apacible figura de su vecino se ocultaba otro comunista más. Igual me sucedió en Chicago durante mis estudios de postgrado; me tenían por comunista por haber leído la “Fábula del Tiburón y las Sardinas” del ex presidente de Guatemala Juan José Arévalo. No hay que olvidar que por esta obra, al padre de la democracia guatemalteca también lo tildaron de comunista. Poca gracia le hacía a mis amigos gringos que su poderosa nación fuera comparada con un voraz tiburón, listo para engullirse a los pequeños países de Centroamérica.
El carácter contestatario de la juventud y en especial de los universitarios, fue capitalizado durante la dictadura de Marcos Pérez Jiménez por los líderes estudiantiles del Partido Comunista Venezolano. Fruto del trabajo de captación de los activistas, que eran estudiantes profesionales porque su objetivo no parecía ser obtener grado alguno, un buen numero de ucevistas simpatizaban con la izquierda. A la chita callando, los comunistas estaban bien organizados; no eran tiempos para la protesta a voz en cuello, con el campus universitario minado con agentes de la Seguridad Nacional, pero siempre surgían pequeños brotes de agitación. A finales de octubre o principios de noviembre de 1957 Pérez Jiménez nombró a un militar, el general Prato Chacón, Ministro de Educación. Al regarse la noticia, como sacado de la chistera de un mago apareció en la Plaza del Rectorado un burro, ataviado con un improvisado quepis y luciendo charreteras. Varios estudiantes retardaron su salida en el autobús, que iba para el centro partiendo de la esquina del reloj, para plegarse al creciente grupo que alrededor del jumento hacía toda suerte de chistes y comentarios.Cuando al Vicepresidente Richard Nixon se ocurre incluir a Venezuela en su gira por Sudamérica, el rechazo por parte del estudiantado fue multitudinario. Lo menos que se puede decir de esa visita del 13 de mayo de 1958, a tan corta distancia del derrocamiento de Pérez Jiménez, es que fue bastante inoportuna. Esa fue la primera vez que me fui a pie desde la plaza del Rectorado hasta mi casa de habitación en la parroquia La Pastora. En mi periplo vital he caminado distancias aun mayores, pero nunca como aquella vez, al compás de las bombas lacrimógenas. Bajo las consignas de “abajo el imperialismo yanqui”, de que “ni son naranjas ni son limones, son del petróleo las restricciones” y de que “Nixon no entrará al Panteón”, marchamos desde la Universidad Central hasta el Panteón Nacional. Allá, en el límite entre las parroquias Altagracia y La Pastora, recibimos nuestro bautismo de fuego con los gases asfixiantes que lanzaban los uniformados y que los lideres nos enseñaron a combatir, respirando a través de los pañuelos mojados en el vinagre que nos suministraban. Era tal la euforia al final de la jornada, que los que seguimos hacia el oeste, cuando pasamos frente al cuartel San Carlos le gritamos improperios a los pobres soldaditos que estaban tras las alambradas.
Nixon nunca realizó su planeada visita al Panteón. A la altura de la avenida Sucre la comitiva fue atacada, cambiándole la cara a lo que se esperaba fuera un paseo triunfal por Caracas. El automóvil que lo transportaba fue golpeado repetidas veces y el vicepresidente se libró por muy poco de ser agredido. El salvajismo que reinó no tuvo nada de espontáneo, todo lo contrario: había sido cuidadosamente planificado por las células del partido comunista, minúsculo pero poderoso abanderado de las acciones y manifestaciones contra los estadounidenses. El vicealmirante Wolfgang Larrazábal se vio obligado a presentarse en la embajada americana para ofrecerle disculpas a Nixon. Por aquello de que la excepción confirma la regla, una delegación estudiantil integrada por Fernando Lluberes y Conrado Araujo, también presentó sus excusas al Vicepresidente estadounidense. De esto último vi una histórica foto que publicaron los diarios, de la cual he tratado infructuosamente de obtener una copia. Conrado me contó que varios amigos le expresaron que ha debido usar tal fotografía para por lo menos conseguir una beca bajo la administración de Nixon. En defensa de mis amigos, uno de ellos prematuramente fallecido, diré que algunos destacados líderes de la izquierda de ese entonces son hoy prominentes miembros de lo que se conoce como la extrema derecha, corroborando aquello de que graduar a un comunista es la manera más fácil de convertirlo en capitalista. Y ya que he hablado de fotos, aprovecho para hacer referencia a una que fue usada —mas no tomada— en la misma época.Estando yo estudiando primer año de bachillerato en el Liceo Roscio de San Juan de los Morros, a principios de 1953 se unieron al cuerpo profesoral el antioqueño Alfredo Lamus Rodríguez y su esposa Lucrecia Villegas. No sé si ellos habían emigrado de Colombia antes y venían de otra parte de Venezuela, o si su éxodo coincidió con la crisis que se generó en el vecino país a finales de 1952. En 1951 el presidente conservador Laureano Gómez sufre una trombosis y el Congreso de la República nombra presidente encargado a Roberto Urdaneta Arbeláez. A finales de 1952, Urdaneta nombra comandante general de las Fuerzas Armadas de Colombia al general Gustavo Rojas Pinilla, designación que no es del agrado de Gómez y la situación empieza a enturbiarse en el vecino país. En San Juan de los Morros Castor Urbina, quien era funcionario del gobierno estadal y profesor de Latín y Raíces Griegas en el Liceo Roscio, es designado a finales de 1952 representante por el estado Guárico ante la Asamblea Constituyente de los Estados Unidos de Venezuela, junto con Luis Acosta Rodríguez y Mercedes Hernández. Este cuerpo terminó decretando, el 15 de abril de 1953, la Constitución que fue refrendada por Marcos Pérez Jiménez. La esposa del profesor Urbina, Celia Ortiz de Urbina, se traslada a Caracas con él. Ella, que era nuestra profesora de inglés, es reemplazada por Lucrecia de Lamus. A finales de 1957 Rojas Pinilla es obligado a renunciar y el liberal Alberto Lleras Camargo asume la presidencia de Colombia. El profesor Lamus, que había sido transferido a otro liceo venezolano, viaja a Colombia por carretera, acompañado por un grupo de estudiantes de San Juan de los Morros. El grupo llevaba como único pasaporte, una fotografía donde aparecía el Dr. Lamus en compañía del nuevo presidente de Colombia. Barrunto que la foto quizás correspondía al breve periodo presidencial que entre 1945 y 1946 ejerciera Lleras Camargo. El pasaporte funcionó, cosa que me hace recordar la frase de Luis Herrera Campins en tiempos de su presidencia: “nosotros no declaramos sino que nos retratamos”, máxima que utilizan a plena capacidad muchos candidatos a cargos políticos. También y para terminar en el tono con el cual comenzamos, en el territorio de los Estados Unidos se ve a muchos jóvenes gringos llevando una franela con la efigie del Che Guevara y no les queda nada mal, porque están en la edad adecuada para tener sarampión.
Luis Loreto en Facebook el 2/1/2022