Orestes R. Betancourt Ponce de León señala que hace 30 años Cuba y Polonia compartían el mismo sistema político y económico con resultados similares y que hoy Polonia demuestra que existe un camino distinto que le podría servir a la Cuba que viene
Y dice el noticiero que el motivo es económico
No político, labia boba
La economía no avanza porque el sistema no sirve y el gobierno roba
Así de simple, la moral está en el piso
No somos locos escapando del paraíso
El B, “Emigrante”
“Hace 15 días que no hay hielo”, dice la administradora. Dirigido por Santiago Álvarez en 1989, el capítulo “El hielo” del Noticiero ICAIC Latinoamericano desnuda los problemas en la producción, distribución, cambio y consumo –guiño a Marx– de un simple producto. La administradora culpa a la empresa distribuidora, estos a la fábrica y estos al ministerio que “los dirige”. Según los trabajadores, las fábricas son de fines del siglo XIX, en 30 años se pasaron de producir 2.475 piedras de hielo a entre 500 y 700, y un tercio del total se pierde y derrite mientras se almacena. Burocracia kafkiana, ineficiencia, y falta de incentivos a pesar de los 65 mil millones de dólares –el volumen de la economía de Croacia, o Bulgaria, o Uruguay– que la URSS regaló a Castro desde 1960 hasta la fecha de este capítulo “El hielo” en 1989.
“Nie ma” –no hay– era la expresión que también se oía en las tiendas de la Polonia socialista de los años 80. Largas colas, falta de productos, cortes de electricidad y agua, y un pujante mercado negro eran el día a día de los polacos. Como summum de males, la tasa mensual de inflación alcanzó el 54 % en octubre de 1989 –más de 50% intermensual es hiperinflación.
Hace poco más de 30 años Cuba y Polonia tenían como mal común un régimen político totalitario y su correspondiente sistema de planificación central; con la diferencia de que Polonia no colectivizó toda la tierra y existían pequeñas empresas privadas –talleres, servicios y restaurantes– mientras Castro desató el control absoluto del Estado con la Ofensiva Revolucionaria de 1968.
Pero estas semejanzas desaparecieron con la democratización de Polonia a partir de 1989. Su inflación, que alcanzó un pico de 570 % en 1990, cayó a 77 % en 1991 para llegar a 10 % en 2000 y desde entonces ha estado en torno al 2 %-3 %. Ya no se escucha “nie ma” en los mercados del país centroeuropeo mientras Cuba arrastra su eterna crisis económica y social y la inflación puede llegar para fines de 2021 a 500 % o incluso 900 %.
El éxito que la libertad trajo a Polonia hace 30 años debe ser un referente para la Cuba que viene. La OECD reconocía en 2016 que “los últimos 20 años han sido una historia de éxito para Polonia: el país ha crecido más rápido que cualquier otra economía europea”. La economía polaca creció más de cinco veces entre 1990 y 2020: el PIB per cápita en dólares por paridad del poder adquisitivo (PPA) fue de $6,170 a $34,264. Como correlato en los sueldos, el salario medio mensual bruto en moneda local fue de 703 eslotis en 1995 a 5,167 en 2020 –en dólares al cambio hoy, esto es aumentar el salario mensual siete veces de $178 a $1,312 en solo una generación. Como prueba de la solidez de su economía, Polonia fue el único país de la Unión Europea que no sufrió recesión durante la crisis financiera de 2008-2009 y se espera crezca un 3 % este año, siendo el único miembro de la Unión Europea que se recupere para fines de 2021.
¿Y la desigualdad? Durante los años que reporta el Banco Mundial, el coeficiente Gini –que mide la igualdad absoluta en 0 y la desigualdad absoluta en 1– descendió de 0,38 en 2004 a 0,302 en 2018. Según esta institución, “Polonia tiene uno de los coeficientes Gini más bajos entre los países (de) ingreso alto”. Para tener una perspectiva, el último dato disponible para Cuba es 0,41 en 1999, y este no incluía como parte de los ingresos las remesas en dólares enviadas desde el exterior, de lo contrario fuese mayor.
Una vez superados los dos primeros años de transición hacia una economía de mercado, el desarrollo económico polaco se ha traducido en avances sociales como la reducción del porcentaje de personas bajo la línea de pobreza nacional –siempre acorde a los años que ofrece el Banco Mundial– de un 20,5 % en 2004 a un 15,4 % en 2018. De forma más clara, el porciento de la población que gana menos de 5,50 dólares al día pasó de 12,7 % en 2004 a apenas 1,1 % en 2018. El desempleo, visto como tendencia general, cayó de 13,7 % en 1991 a 3,6 % en 2020. Además, Polonia se ubicó entre los 10 mejores países del mundo en el reciente informe PISA de 2019, lo que les hace una potencia global en educación. Por último, bajo el sistema comunista la esperanza de vida solo aumentó tres años en tres décadas. Ya caído el régimen, en las dos últimas décadas los polacos han visto su esperanza de vida crecer siete años, de 71 a 78.
Hoy los polacos son más prósperos, mejor educados, y viven más. Por ello el 85 % de la población, una inmensa mayoría, aprueba el cambio realizado hacia un sistema político multipartidista y una economía de mercado, según el Pew Research Center en 2019.
¿Cómo Polonia alcanzó estos logros? Por supuesto, el primer mérito lo tienen los obreros portuarios de Gdansk y el sindicato Solidaridad por su rol en la transición democrática. Luego el mérito lo tiene Leszek Balcerowicz, economista de apenas 42 años en el momento de la transición. Balcerowicz había estudiado la exitosa liberalización económica de Ludwig Erhard en la Alemania Occidental de 1948, la crítica al socialismo de Ludwig von Mises y F. A. Hayek, y las experiencias para estabilizar las economías latinoamericanas en los años 80. Con ello en mente, Balcerowicz trazó una ruta de transformaciones que luego los medios llamarían Plan Balcerowicz. El Banco Mundial afirma que “las reformas estaban debidamente secuenciadas y ancladas. (…) Primero, se consiguieron los precios correctos.
Más tarde, se acertó con las instituciones: el estado de derecho, los derechos de propiedad, la responsabilidad democrática y las instituciones básicas del mercado”. Entre las medidas económicas: se eliminaron los controles de precios y se flexibilizaron las leyes laborales; se prohibió que el banco central financiara las deudas del estado mediante emisión inorgánica de dinero y se le hizo una entidad independiente del poder político; se eliminaron los privilegios de créditos e impuestos que tenían las empresas públicas en comparación con las privadas; se les permitió a las grandes empresas estatales declarar su quiebra; se promovió la privatizaron de las empresas estatales; se impidió el crecimiento excesivo de los salarios y beneficios en el sector público; y se liberalizaron la inversión extranjera directa, la importación y exportación y la conversión de la moneda local.
A pesar de la controversia en cuanto a la profundidad y rapidez de las reformas, Balcerowicz confiesa en una entrevista a PBS: “sabía que si íbamos despacio estábamos condenados al fracaso, como, por ejemplo, Bielorrusia o Rumanía. Todos los países que fueron despacio se hundieron”. En 2016, ya con la sana distancia del tiempo, un estudio del Instituto Cato sobre las reformas democráticas y pro mercado en los países post socialistas confirma que “el principal debate entre reformistas rápidos y graduales parece decantarse a favor de los primeros.
La correlación empírica entre la velocidad de las reformas y las medidas pertinentes de los resultados económicos y sociales muestra que los reformistas rápidos superaron con creces a los reformistas graduales”. Entre primeros, los exitosos, están Polonia, Estonia, Letonia, Lituania, Republica Checa, Eslovaquia, y en menor medida Croacia, Hungría y Eslovenia. Entre los segundos, el resto de los países que una vez abrazaron el marxismo-leninismo, como por ejemplo Rusia, Azerbaiyán, Ucrania, Bielorrusia, y Turkmenistán, naciones hoy gobernadas por dictadores y autócratas donde el capitalismo de compadres y la corrupción son rampantes.
Cuba todavía abraza el marxismo-leninismo como credo oficial. No sorprende entonces que en apenas los primeros seis meses de 2021 se lean titulares como estos: “Acopio no recoge 400 quintales de tomate ‘que se van a podrir’”; “1300 coles podridas en Pinar del Río: Acopio estatal no las recogió”; “Se pudren 12,800 libras de mangos en Camagüey”; “Más de 41.000 reses murieron en 2020 en Camagüey por desnutrición y negligencias”.
Hace 30 años Cuba y Polonia compartían el mismo sistema político y económico con unos resultados similares. Hoy Polonia nos demuestra que existe un camino distinto y que para la Cuba que viene, porque el cambio es inevitable, hay mucho que aprender de su experiencia. Ellos pudieron ser más libres y prósperos en Varsovia, nosotros también en La Habana.
Orestes R. Betancourt Ponce de León es Máster en Administración Pública por el Middlebury Institute of International Studies y se especializa en desarrollo internacional.