Como si de la Caja de Pandora de la mitología griega se tratase, en Venezuela se liberaron todos los males del mundo, por la acción demoledora de una revolución que superó los presagios más pesimistas.
The New York Times publicó recientemente un artículo demoledor con respecto a la destrucción que se ha producido de la industria petrolera venezolana. “Por primera vez en un siglo, no hay plataformas en busca de yacimientos petrolíferos en Venezuela”.
En efecto, las plataformas petroleras de Venezuela se paralizaron por completo en junio. Ningún taladro estaba operativo, según informó la empresa de servicios petroleros Baker Hughes, especializada en el tema.
Y según informa S&P Global Platts, otra de las más prestigiosas consultoras en materia energética , la producción petrolera del país se hundió hasta unos 280.000 barriles por día. Habría remontarse hasta la década de los 30 del siglo pasado para encontrar cifras similares.
No obstante, si bien la producción cayó, las exportaciones de crudo almacenado aumentaron ligeramente según Refinitiv Eikon, por envíos a Cuba y también por embarques destinados a pagar deudas a la española Repsol y a la italiana Eni. Este tipo de exportaciones dados sus objetivos, no se traducen en ingresos petroleros adicionales. De hecho, Diosdado Cabello recientemente informó que desde octubre del año pasado Venezuela no cuenta con ingresos petroleros formales.
“Los días de Venezuela como un petroestado se acabaron”, sostiene Risa Grais-Targow, analista de Eurasia Group, una consultora de riesgo político, a lo que agrega The New York Times: “Se espera que el país que hace una década era el mayor productor de América Latina, que ganaba alrededor de 90.000 millones de dólares al año por las exportaciones de petróleo, obtenga alrededor de 2.300 millones para fines de este 2020, menos que la cantidad total de remesas que los migrantes venezolanos que huyeron de la devastación económica del país enviarán a casa para mantener a sus familias”.
Las informaciones antes citadas superan la capacidad de comprensión de quienes conocimos el inmenso potencial petrolero de Venezuela. De no ser por la acción destructiva de un régimen que a lo largo de dos décadas ha venido desmontando nuestra industria petrolera, hoy deberíamos estar produciendo al menos 5,5 millones de barriles por día.
Sin embargo, no importa cuan demoledora haya sido la acción combinada de la ignorancia, la corrupción y la demagogia, en nuestro subsuelo siguen existiendo inmensas reservas de petróleo. Seguimos teniendo una impresionante infraestructura petrolera, hoy severamente dañada por la falta de mantenimiento y el saqueo a que ha sido sometida, pero aún recuperable. Todavía tenemos 6 refinerías en el país que, siempre y cuando se realicen las inversiones requeridas, podrán ser reactivadas.
Aunque la vida útil del petróleo se acorta cada vez más en un mundo dispuesto a remplazar el uso de los combustibles fósiles por otros agentes menos contaminantes, aún estamos a tiempo de aprovechar esa inmensa riqueza de nuestro subsuelo en aras de lograr una recuperación de la economía venezolana por el Apocalipsis revolucionario de las últimas dos décadas.
Eso sí, tendremos que entender que será un sector cualitativamente diferente, en el cual un Estado quebrado no está en condiciones de realizar las inversiones requeridas y, en consecuencia, le corresponderá un rol mucho mayor a la iniciativa privada.
Entiéndase, cuando hablamos de iniciativa privada no nos referimos a aquella que un Estado corrupto asigne a dedo a socios tras los cuales se escondan intereses inconfesables. Ese escenario es el que se plantea en el proyecto de Ley Antibloqueo que se está considerando en la Asamblea Constituyente.
Nos referimos a inversiones que sean el resultado de un amplio y transparente proceso de licitaciones, bajo las condiciones establecidas por un Estado serio que respete la propiedad privada y los contratos suscritos y que garantice los mayores beneficios a la sociedad.
De la Caja de Pandora ya se liberaron todos los males. Le toca ahora el turno a Elpis, el espíritu de la esperanza, que los dioses habían colocado
en el fondo de la misma.
José Toro Hardy, editor adjunto de Analítica