Wolfgang Gil Lugo es filósofo de la Universidad Central de Venezuela.
El pensamiento sartreano conduce necesariamente al dualismo maniqueo de todo fanatismo: “o ellos o nosotros”
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……….. viene
“El odio como factor de lucha, el odio intransigente al enemigo, que impulsa más allá de las limitaciones naturales del ser humano y lo convierte en una eficaz, violenta, selectiva y fría máquina de matar. Nuestros soldados tienen que ser así: un pueblo sin odio no puede triunfar sobre un enemigo brutal”, Mensaje a la Tricontinental (1967).
Uno esperaría que los intelectuales constituyeran la reserva moral de la humanidad, pero la realidad ha sido muy decepcionante. También, luego de la segunda guerra, una gran cantidad de intelectuales se comportó de forma muy irresponsable en el orden moral. En cuanto a este rasgo, el mundo cultural francés ha sido muy representativo, a pesar de honorables excepciones, como Raymond Aron. Michel Houellebecq afirma:
“A lo largo del siglo XX muchos intelectuales habían apoyado a Stalin, Mao o Pol Pot sin que se les hubiera reprochado nunca verdaderamente; el intelectual en Francia no tenía que ser responsable, eso no estaba en su naturaleza” (Sumisión, p. 254).
Sartre y la violencia
………. (viene) …….“(No apoyar la violencia) es ser culpable del asesinato de los negros, igual que si realmente hubiese oprimido los gatillos que mataron (a los panteras negras) asesinados por la policía, por el sistema” (entrevista de 1971).
En estas palabras se niega, de hecho, que la posición del intelectual sea mantener la ecuanimidad para poder juzgar con imparcialidad. Según Sartre, el intelectual debe llenarse de ira y hacer uso de la violencia, ya sea personalmente o a través de otros.
….. (sigue)….Muerte a los imperialistas……..El maniqueo revolucionario ……Las consecuencias genocidas……..
Ya Albert Camus nos había alertado sobre los peligros del existencialismo y de cómo el absurdo nos puede conducir hacia el suicidio, o peor, hacia el genocidio.
La irresponsabilidad moral
En 1956, tres años después de la muerte de Stalin, se pudo revelar los crímenes contra la humanidad que llevó a cabo el dictador de la Unión Soviética. A pesar de la liberación de esa información, el fervor comunista no se redujo de forma considerable. En un par de años, Cuba y sus carismáticos líderes renovarán de nuevo el mito de la utopía angélica. Las evidencias no eran suficientes para poder superar las pasiones políticas que dominaban la mente de una buena parte de la intelectualidad “bien pensante”.
En esa nueva ola, se monta Sartre, quien echa por la ventana la responsabilidad del intelectual de denunciar las pasiones políticas y el odio, así como evaluar las evidencias de forma imparcial para someterlas a los principios éticos. Es deplorable ver cómo se olvida de todo esto en nombre de su venganza redentora, la cual dejará ensangrentadas las manos de los constructores del nuevo paraíso terrenal.
Camus alertaba contra esa forma de irresponsabilidad: “Toda idea errónea termina en un derramamiento de sangre, aunque siempre sea sangre ajena. Por eso, algunos de nuestros pensadores se sienten libres de decir cualquier cosa”. Puede que esta alerta no sea efectiva contra la tentación totalitaria, pues el mayor atractivo de los radicalismos es la simplificación unida al derecho de odiar.