Ignacio Avalos Gutierrez. El Nacional, 22/01/2020
Como es sabido hace algunos años se prendieron las alarmas, cuando la ONU, a partir de un sólido basamento científico, señaló que las emisiones del calentamiento global se estaban acelerando y que nos encontrábamos próximos a desórdenes climáticos que comprometerían gravemente la vida en el planeta, dado que la economía actual se deslindaba del ciclo de vida de la naturaleza y chocaba contra el crecimiento sostenible. En fin, para no entrar en detalles que son cada vez más conocidos, las energías fósiles nos están pasando la factura y los terrícolas somos, como escribió alguien, una especie en extinción.
No obstante, ha pasado el tiempo sin que haya habido una reacción con la profundidad y celeridad requeridas. Los países, en general, pareciera que se han tomado a la ligera el asunto y, por otro lado, las instancias internacionales han dejado en evidencia que, en general, les resulta cuesta arriba garantizar la gobernanza del mundo y, como en este caso, darle la cara a un asunto como el cambio climático
Como que se enserian los terrícolas
Sin embargo, de un tiempo para acá, la percepción de la gravedad del problema parece haber empezado a cambiar de manera significativa. Durante el año pasado numerosos investigaciones e informes, redactados por organismos y sectores muy variados, públicos y privados, han puesto el dedo en la tecla, argumentando el colapso de la civilización industrial, a la vez de que ya hay sectores importantes que se distancian de los combustibles fósiles y optan por energías que se van haciendo más baratas como la solar y la eólica.
Los grandes países, los que marcan las características de la economía mundial, están adoptando medidas importantes. En Estados Unidos, a pesar de Trump, ha cobrado forma una política que propone un acuerdo nacional en torno a una estrategia para el desarrollo de la economía verde. Y la misma China ha dado un paso adelante al contar con plan para adelantar la transición hacia una era de carbón cero y, aún más, el Partido Comunista plasmó en su Constitución el objetivo de ir hacia una “civilización ecológica”, incluyéndolo en sus planes quinquenales.
En este contexto, se discute en algunos círculos intelectuales si lo que está planteado es una revisión a fondo de las bases del capitalismo o su reemplazo por otro modelo, del cual ya se vienen mostrando algunos ensayos. El debate sigue abierto, es desde luego.
La Unión Europea
En la reseña que leí, gracias al Profesor Google, de un libro publicado en el 2019 titulado “Sistema de energía global basado en energía cien por ciento renovable” y preparado por una universidad finlandesa y el Energy Watch Grup, se arguye que la determinación de comenzar la transición hacia una economía sostenible no es tanto un problema técnico o económico, como político, puesto que suministrar energía verde ya empieza a ser más barato, en muchas áreas de la actividad productiva.
Dentro de esta tónica, la Unión Europea decidió, a comienzos de este año, suscribir el denominado Pacto Verde, que “movilizará como mínimo un billón de euros durante la próxima década, indicará el camino a seguir y propiciará una oleada de inversiones ecológicas tanto públicas como privadas, destinadas al desarrollo de una economía sostenible”. Es importante mencionar que se incluye un esquema de financiación para ayudar a las empresas a adaptarse a formas de producción más ecológicas, a fin de que la “transición sea justa”.
El país de las mayores reservas de petróleo
Así las cosas, resulta obvia la necesidad de advertir las gruesas implicaciones que tiene para nuestro país una economía que se perfila como distinta en múltiples aspectos y que transcurre de acuerdo a códigos muy diferentes a los de antes. Como lo han señalado varios especialistas venezolanos, hay que mirar con mucho cuidado nuestra visión del país petrolero que decimos ser. En efecto, el planeta del siglo XXI se deslinda cada vez más de lo que fue durante el siglo anterior. Como digo, viene envuelto en otras claves que nos siguen resultando ajenas.
HARINA DE OTRO COSTAL
Tratando de que sus palabras driblen la realidad, de la que obviamente todos los venezolanos tenemos directa constancia -nos toca alma, carne y hueso-, Nicolás Mauro nos leyó hace unos días su informe de gestión. Nos comunicó cifras que indicaban lo bien que esta el país, con algunos problemillas, claro, causados siempre por terceros, además de hablarnos, por enésima vez – es como si cada año de gestión fuera el primero del gobierno -de proyectos que nunca se han ejecutado y que, por lo visto, nunca se ejecutarán.
Así, a propósito del recientemente celebrado Día del Maestro, si de celebraciones puede hablarse, pues hubo protestas de los docentes (y la consabida represión), en varias partes del país, recordó en el citado informe, con la satisfacción que da el deber cumplido, que la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela consagra la educación como base del desarrollo individual y colectivo de la sociedad al ser un Derecho Humano y un deber social público, gratuito, obligatorio y de calidad, por lo que se compromete profundizar en los programas de protección social integral y en la defensa de los derechos de los maestros del país.
En efecto, en su reiterado intento de crear una “realidad” paralela a la realidad, mostró, mediante cifras fantasmas, como suelen ser las oficiales, la fotografía de un sistema educativo acorde con lo que establece nuestra Carta Magna y, no faltaba más, comunicó, así mismo, el inicio de programas que lo mejorarán aún más. Por otro lado, diversos estudios independientes dejan ver, al contrario, la grave precariedad de nuestra educación, tal como se describe y explica, por ejemplo, en la página web (La Memoria Educativa Venezolana), coordinada por el profesor Luis Bravo Jauregui, de la UCV. Baste con decir que la mitad de los maestros que había en el año 2015 ya no estuvieron en sus aulas el año pasado y que el sueldo que se le paga a los profesores sólo alcanza el 5% de la canasta básica. Y, como éstas otras muchas cosas, de muy distinta índole (el contenido de los programas o la obsesión por el adoctrinamiento, por citar solo dos de ellas) que desvalorizan la enseñanza y se traducen en su mala calidad, hecho que se observa claramente, aunque no sólo allí, en los bachilleres que llegan a la universidad.
Y como ya se ha hecho estilo en la política oficial, frente a esa complicada realidad se recurrió a un bono que, según Nicolás Maduro, representa “un incentivo especial, un premio a los hogares de la Patria que tengan al cien por ciento de sus hijos e hijas en el sistema educativo…”, idea que acompaña con un “Plan Especial cien por ciento escolaridad”.
Visto lo anterior, resulta imposible dejar de conjeturar que diría el Maestro Simón Rodríguez. Da como vergüenza imaginarlo, pues, después de todo una sociedad vale, en gran medida, lo que valen sus maestros.
El Nacional, 22 de enero de 2020