Ramón Pérez-Maura – ABC Internacional
@PerezMaura
Los predicadores del odio están asesinando a quienes comparten una fe nacida en Oriente, pero asentada y expandida a partir de Europa
Todos hemos oído hablar de la espeluznante historia de Asia Bibi, una pobre mujer analfabeta de la aldea de Ittam Wali, en el Punjab paquistaní, donde había sólo tres casas habitadas por cristianos entre los que se contaba ella. Asia fue acusada de blasfemar en junio de 2009 por sus compañeras en la recolección de frambuesas. Inmediatamente detenida, sería condenada a muerte. Gracias a la movilización internacional el caso fue de apelación en apelación hasta llegar al tribunal supremo donde esta semana Asia, que ya tiene 47 años, fue declarada inocente. Al celebrar la sentencia, hay que empezar por congratularse del valor de los miembros de esa instancia judicial: ya hay dos cargos públicos paquistaníes que han perdido la vida por defender a la cristiana Bibi. Uno de ellos, Salmaan Taseer, gobernador del Punjab, fue asesinado por su propio guardaespaldas por pedir la libertad para Asia Bibi.
Esta historia ha tomado un giro positivo -aunque está por ver cuál será el futuro de una mujer cuya muerte piden miles de personas- en la misma semana en que en el sur de Egipto siete cristianos coptos fueron asesinados el pasado viernes por ser lo que son: cristianos. Y conviene recordar que los coptos estaban ya asentados en Egipto antes de que Mahoma empezara a predicar el islam.
Nuestra sociedad cada vez más descreída y menos practicante, no se da cuenta de que la libertad de creer lo que cada uno desee está cada día más amenazada. En buena medida desde dentro de nuestro mundo supuestamente libre, donde los cristianos somos cada día más acosados por algunos de nuestros gobiernos. Y en mayor medida por los radicales de otras religiones que consideran un objetivo legítimo a quienes profesan una confesión cristiana en su territorio.
Lo que no nos damos cuenta tantas veces es que nos están segando la hierba bajo los pies. Porque el laicismo imperante en Occidente está llevando a una creciente pérdida de valores. Y ese espacio está siendo ocupado de forma acelerada por el Islam. Los ejemplos de ocupación de espacios religiosos en países como el Reino Unido o Suecia, donde las iglesias nacionales sirven para poco más que para ofrecer café y donde en un funeral (Memorial Service) el pastor apenas pasa de saludar al principio y despedir al final después de una hora de ceremonia en la que interviene todo el mundo menos él, son apabullantes.
Los valores sobre los que se fundó Occidente están en regresión, y una religión en la que están en auge los predicadores del odio está asesinando a quienes comparten una fe nacida en Oriente, pero asentada y expandida a partir de Europa. Lo hemos visto en Egipto el viernes y lo vemos cada día en países como Pakistán donde el partido islamista Tehreek-e-Labbaik («Aquí estoy») ha declarado esta semana que «todos los que han ordenado la libertad de Asia Bibi merecen la muerte». Éste es un partido político que todavía tiene una representación parlamentaria marginal, pero que congrega manifestaciones multitudinarias en las calles de Sindh, la segunda provincia en términos de población en Pakistán. Y aunque no queramos enterarnos, para formaciones islamistas como ésta, Asia Bibi somos todos nosotros. Usted y yo incluidos.