La población sufría una aguda escasez y hacía largas colas en busca de productos básicos
Uno de los acontecimientos de mayor trascendencia política de finales del siglo pasado lo constituyó el desmembramiento de la Unión Soviética (Urss). Este suceso histórico fue la culminación de un proceso económico y político que se aceleró desde mediados de los años 80 hasta el final de 1991, y tuvo su etapa culminante con el fallido golpe de Estado, promovido por una cúpula conservadora de dirigentes y altos jerarcas comunistas opuestos a las reformas modernizadoras que venía impulsando Mijail Gorbachov, presidente de la Urss y del partido comunista soviético, desde que asumió en 1985 esas altas posiciones.
Como es sabido, con la Glasnot o apertura, su gobierno comenzó la promoción de nuevas libertades públicas, además de la transparencia informativa; y con la Perestroika impulsó la reestructuración de la economía y del funcionamiento de la sociedad soviética para eliminar controles de precios, facilitar ciertas formas de propiedad privada, reducir la ineficiencia y corrupción que caracterizaba el modelo comunista de planificación centralizada, a fin de crear una economía socialista de mercado.
Las reformas provocaron inicialmente una grave crisis económica y política que se agregaba al retraso que tenía la Urss derivado de su modelo estatista. Para 1990 y principios de 1991, la población soviética sufría una aguda escasez, la cual se evidenciaba por largas colas de personas en búsqueda de productos básicos. La esperanza de vida estaba disminuyendo sensiblemente; la Urss se encontraba notablemente atrasada respecto a los países desarrollados en temas como las comunicaciones y la informática; el monopolio de industrias del Estado adolecía de mucha ineficiencia, corrupción, elevada burocracia y casi nula atención a los problemas de la contaminación ambiental.
La conspiración contra Gorbachov se aceleró cuando se supo que este planeaba firmar, el 20 de agosto de 1991, al regreso de su casa de verano en las afueras de Moscú, un nuevo Tratado de la Unión que transformaría a la Urss en una federación de repúblicas independientes con una política exterior, militar y un presidente común. Los golpistas -entre quienes destacaban el vicepresidente, los ministros de Defensa y del Interior, el jefe de la KGB y el secretario del Comité Central del Partido Comunista Soviético- iniciaron en la mañana del 19 de agosto el movimiento subversivo, proclamándose como Comité de Emergencia Estatal. Llamaron a Moscú fuerzas militares en apoyo al golpe y se intentó detener a Boris Yeltsin, presidente de la República de Rusia y del Parlamento de la Urss, quien se oponía al golpe, a pesar de ser un notable crítico de Gorbachov porque, a su juicio, este venía adelantando muy lentamente las reformas.
El pueblo reaccionó en contra de los golpistas liderado por Yeltsin, quien al mediodía, sobre un tanque de guerra, denunció la inconstitucionalidad del Estado de Emergencia declarado por los insurrectos, a quienes señaló como traidores, lo que provocó que para el día 21 -y luego de un incidente en el que perecieron tres manifestantes- las tropas se retiraran y los rebeldes se rindieran, convirtiendo a Yeltsin en el gran líder. El día 22, frente a una multitud de más de 200.000 personas, Yeltsin celebró la victoria promoviendo una masiva protesta contra el Partido Comunista Soviético que había gobernado al país por 70 años. En ese mismo acto anunció que Rusia se apartaba de la Urss.
Para entonces Yeltsin había logrado que Rusia rompiera con el partido comunista y había iniciado un programa de cambio radical hacia una economía de mercado, con autonomía de la República frente al poder central de la Unión.
A partir del fallido golpe, Yeltsin aceleró la disolución del partido comunista soviético e impulsó el colapso de la Unión, el cual se concretó el 26 de diciembre de 1991. El 25 de diciembre renuncia Gorbachov como presidente de la Urss, se arrea oficialmente la bandera roja de la hoz y el martillo y se reemplaza por la actual bandera tricolor de Rusia. Al día siguiente el Soviet Supremo reconoce la extinción de la Unión y la extinta Urss toma el nombre de Federación Rusa, con Boris Yeltsin como su primer presidente y el pleno apoyo de la elite económica que venía favoreciendo la apertura y la idea de promover un modelo capitalista de economía de mercado.
Colapsa así en menos de 4 meses un opresivo régimen comunista que, desde los tiempos de Lenin y Stalin, se había empeñado durante 7 décadas en imponer el socialismo radical en la Unión Soviética. Atrás quedaron los millones de muertos víctimas de la reprensión y de las hambrunas provocadas por el totalitarismo soviético. Luego se sabría de los escandalosos casos de corrupción y tráfico de influencia que facilitaron el surgimiento de exjerarcas del régimen convertidos en notables milmillonarios como Vicktor Chermomirdin, exministro de Producción y Tratamiento Gas, quien pasó a ser principal accionista de Gazprom y uno de los hombres más ricos del mundo; y Boris Berezovsky, exvicepresidente del Consejo de Seguridad Ruso y exsocio principal de Aeroflot, convertido en dueño de importantes medios rusos de comunicación y de una milmillonaria mansión en la Costa Azul. Quedo entonces para la historia un hecho que no solo señaló el estruendoso fracaso del socialismo real, sino igualmente el colapso de la segunda mayor potencia de la época de la Guerra Fría. Después vendrían intentos fallidos de imponer en otros países ese fracasado modelo, igualmente con dramáticos resultados económicos y sociales y el grotesco enriquecimiento de corruptas cúpulas burocráticas y partidistas de esos nefastos regímenes.
José Ignacio Moreno León – jmoreno@unimet.edu.ve
Director General del CELAUP-Universidad Metropolitana
Twitter: @caratula2000