Los chavistas y la filosofía Kantiana.

Andrés Volpe . El Nacional – 13 de agosto 2015 – 12:01 am

En 1961, Eichmann, oficial nazi responsable de llevar a cabo el Holocausto, confesaba frente a un tribunal israelí que la filosofía kantiana siempre había guiado sus acciones. Hannah Arendt, una de las más importantes filósofas del siglo pasado y estando presente en el juicio, expresaba entonces incredibilidad al describir al oficial nazi como un hombre de modestos dotes intelectuales y como el último ser que pudiera tratar de guiar su vida de acorde a los altos preceptos morales de la filosofía kantiana. La monstruosidad de sus crímenes impedía que se tomaran en serio sus declaraciones, ya que los genocidas eran bestias brutas incapaces de desarrollar el entendimiento sutil de las cultas ideas de la filosofía alemana. Los criminales, se creía y quizás aún se crea, no filosofan.

Sin embargo, el juez Raveh, al escuchar semejante declaración, decidió interrogar a Eichmann sobre el asunto. Conocer el razonamiento de un genocida que aplicaba el imperativo categórico kantiano al cometer crímenes contra la humanidad era un asunto sumamente interesante o indignante para dejarlo pasar desapercibido.

Fue así como Eichmann proporcionó una definición del imperativo categórico que se adaptaba fielmente a las tres formulaciones, diciendo que su observación sobre Kant se refería a que el principio motivador de su voluntad siempre debía ser aquel que pudiera convertirse en el principio motivador de leyes universales. Esta declaración eliminaba cualquier duda que pudiera tenerse sobre el conocimiento que tuviera Eichmann sobre la filosofía kantiana. Ahora bien, él continuó diciendo que cuando le fue asignada la misión de llevar a cabo la solución final supo que no podría regir su vida de acorde al imperativo categórico, porque, según escribe Hannah Arendt en su obra, ¿qué criminal quiere que las leyes le otorguen el derecho a los demás de robarlo o asesinarlo? El criminal nunca podría, se asume racionalmente, desear que toda la sociedad se convierta en lo que él es, ya que entonces correría el mismo peligro de sus víctimas y podría pasar de victimario a víctima en cuestión de momentos. El criminal necesita del orden legal del Estado, tanto como todos los demás ciudadanos.

Esta contradicción fue reconocida por Eichmann y confesó que, mientras enviaba a millones de judíos a la muerte, se decía a sí mismo que ya no era dueño de sus propias acciones y que era incapaz de realizar un cambio en su situación, debido a que él le debía absoluta obediencia a Adolf Hitler y su régimen. Eichmann se veía a sí mismo como una pieza más de las muchas que conformaban la máquina de terror que era el Estado Nazi, reconociendo haber vivido durante un periodo en el cual ciertos crímenes habían sido legalizados por el Estado. Él no tenía ningún poder para impedir el genocidio. Eichmann argüía entonces que su voluntad había sido anulada por la obediencia debida a Adolf Hitler y, por lo tanto, le había sido imposible disfrutar de la capacidad de actuar de acuerdo a preceptos kantianos. Le era imposible ser un legislador universal.

Es en este momento cuando Hannah Arendt escribe brillantemente que Adolf Eichmann, quizás sin ser consciente de ello, deformó el imperativo categórico kantiano para dar paso a algo macabro, propiciándole la muerte no solo a millones de personas, sino también a cualquier idea sobre el individualismo: el imperativo categórico del Tercer Reich. Esta formulación puede leerse como el deber de actuar de acuerdo a como actuaría el Führer o, actuar de una manera que, de el Führer ver tus acciones, éstas serían aprobadas por él. Por lo tanto, bajo este argumento, el líder del régimen se convierte en el legislador universal.

Esta distorsión del imperativo categórico hace posible que en regímenes criminales, el asesino que actúa bajo el mandato de la ley sea considerado como un ciudadano respetuoso de esta, ya que los crímenes que se llevan a cabo han sido legalizados por el Estado. Es por esto que,  durante su juicio, Adolf Eichmann siempre insistió en haber sido un hombre que cumplió con su deber cabalmente, así como considerarse a sí mismo como un ciudadano respetuoso de la ley. Su obediencia frente al legislador universal de la Alemania nazi, Adolf Hitler, había sido siempre impecable y como prueba nos queda la memoria del Holocausto.

¿Cuántos chavistas que ahora cometen crímenes contra los venezolanos dirán, cuando todo acabe, que ellos solo actuaron de acorde a la legalidad del Estado revolucionario? ¿No da el Tribunal Supremo de Justicia sesudas interpretaciones legales que, dentro de la lógica chavista, se adaptan al deseo del legislador universal revolucionario, pero que a la vez cercenan los derechos naturales que garantizan la libertad y la vida? Hay que admitir, junto con todas sus consecuencias, que en Venezuela se vive, así como lo dijo Adolf Eichmann alguna vez sobre Alemania, un periodo en el cual los crímenes que ayuden al régimen a mantenerse en el poder han sido legalizados.

Un ejemplo reciente de este fenómeno fue el que vivió María Corina Machado al no poder postular su candidatura para las próximas elecciones parlamentarias. En este caso, más allá de las razones obvias, la explicación oficial dada por el Consejo Nacional Electoral al negarle el derecho de postularse fue que ella no contaba con la planilla necesaria que es emitida por el ente electoral. Así las cosas, podría decirse que el burócrata que le impidió la postulación actuaba de acorde a los deseos del legislador universal revolucionario. Pero, ¿sería esto una explicación satisfactoria para la realidad que busca esconder esta conducta? ¿Hubiese podido Eichmann argumentar que él siempre cumplió perfectamente con los reglamentos que regulaban el procedimiento de traslado de los judíos hacia los campos de concentración como defensa contra el crimen que cometía al obedecer la ley del régimen nazi?

Otro ejemplo sería el fenómeno que puede apreciarse al ver cómo todos los burócratas del Estado chavista siguen aplicando las disposiciones económicas que están llevando no solo al país a la ruina, sino a todo un pueblo hacia el hambre y la muerte. ¿Podría el burócrata que llevó a cabo la expropiación de los galpones de distribución de alimentos de la Polar argumentar su inocencia ya que él solo estaba cumpliendo con la ley? ¿Podría él decir que su inocencia se debe a que él siempre actuó de acuerdo a un principio filosófico de obediencia hacia el legislador universal, incluso sabiendo que eso ponía en riesgo el abastecimiento de alimentos en el país?

Surge, además, una interrogante mucho más importante. ¿Cuántos, entre los burócratas chavistas, argüirán que ellos no tenían ningún poder para cambiar las cosas? ¿Cuántos Guardias Nacionales se consuelan a sí mismos, luego de disparar contra un ciudadano que protesta pacíficamente, con el pensamiento de que ellos no tienen ninguna manera de cambiar el régimen que le da unas órdenes que, es posible, no quieran cumplir? ¿Qué diferencia hay entre un Adolf Eichmann que organizaba la logística que hizo posible el Holocausto y el Guardia Nacional Bolivariano que organiza las colas a las afueras de los supermercados venezolanos? ¿No puede decir el Guardia Nacional, al igual que Adolf Eichmann, que él solo seguía órdenes y que solo trataba de desempeñar su labor de la manera más eficientemente posible?

¿Cuántas personas hoy en día en Venezuela aplican el imperativo categórico del Tercer Reich, tal como lo hizo Adolf Eichmann al enviar a millones de personas a la muerte, sin percatarse de ello?

@andresvolpe

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