Jair de Freitas. El Nacional .
26 DE ABRIL 2015 – 12:01 AM
Esta semana Luis Ugalde (SJ) publicó un impecable y contundente artículo en el portal de La Patilla intitulado “El paraíso de la clase obrera” cuyo argumento central versó sobre el modelo económico de inspiración marxista a través de una lectura muy atinada respecto de la clase media y la superación de la pobreza. Cuando resta menos de una semana para el Día del Trabajador, comienza el ritual, o mejor dicho, el debate de siempre en torno a la escala de sueldos en Venezuela; a saber: aumento general vs ajuste del salario mínimo, comparación en moneda extranjera vs la batalla de la inflación, quinielas respecto de los porcentajes e incluso propuestas populistas con expresa mala intención. Francamente, creo que mudarnos de ese “paraíso” no depende de ninguno de esos estériles conversatorios.
Al menos intuitivamente, la política salarial de quienes regentan se aproxima a una interpretación literal del pensamiento de Joseph Folliet y sus colaboradores, quienes terminan afirmando en el texto Trabajo y salario que el sueldo no es causa del alza de precios sino el pretexto. Dos datos alcanzan para el desmentido. En primer lugar, en una economía marcada por el control de precios, esto es, donde el empresario no puede incrementar libre ni unilateralmente el importe de sus productos, la inflación de 2014 cerró en 68,5%. En segundo lugar, la canasta alimentaria normativa de noviembre de 2014 (último valor disponible en el INE para el momento de publicación del presente artículo) era de 6.382,62 bolívares, siendo el salario mínimo de ese momento equivalente a 4.251,40 bolívares. Es decir, el sueldo no alcanzaba ni para comprar comida, realidad que se mantiene incluso hoy a pesar que han transcurrido 2 ajustes de salario mínimo en menos de 6 meses.
En este punto debo insistir en lo que he sostenido en opiniones previas: la fábrica de miseria no se detiene porque el Ejecutivo nacional decrete un incremento sueldo que, incluso en el escenario más óptimo, apenas procurará paliar los efectos de la erosionante inflación. Digo más, al menos por dos razones resulta muy delicado que el próximo anuncio salarial sea fijado unilateralmente por el presidente obrero. La primera de ellas es que cuando hay escasez y acentuada inflación, ningún ingreso compensa suficientemente a los trabajadores. La segunda tiene que ver con la otra cara de la moneda: en un contexto de inamovilidad laboral, sumado al control de precios y las severas limitaciones para producir, el incremento del valor de la nómina pone en jaque la continuación de la fuente de trabajo. Por ende, el riesgo que tirios y troyanos terminen simultáneamente inconformes es exponencial, especialmente cuando la política salarial se implementa de espaldas a la concertación social.
Quienes siguen mi columna dominical pueden dar fe de algo que he afirmado sistemáticamente: el problema no es la LOTTT vigente, sino la visión de las relaciones de trabajo que impregna la política laboral en nuestro país y bajo la cual fue concebida dicha normativa. En efecto, tanto el finado del cuartel de la montaña como el actual presidente la república han sostenido que la LOTTT es “la primera Ley de transición al socialismo del siglo XXI” o, lo que es lo mismo, al comunismo según la afamada entrevista de Fidel Castro. Por lo tanto, una transición a un modelo en el que no existen clases sociales y los medios de producción son propiedad común (no del patrono).
Cuando el domingo pasado titulé mi opinión “Gestión socialista en Guayana: mal presagio”, no lo hice únicamente pronosticando un fracaso de resultados, sino también por el riesgo de la extensión de la fórmula de los consejos de los trabajadores (control obrero) al sector privado en el marco de una ley especial cuya publicación está en mora legislativa. Que ahora simultáneamente se desconozca a Fedecámaras como actor y se anuncie para el simbólico Primero de Mayo un plan especial en el que “la clase obrera debe ponerse al frente de la contraofensiva económica” no deja mayor duda de que lo que viene no es simplemente un paquete de medidas económicas, sino más bien un revolcón obrero al estilo marxista.