Julio César Arreaza B.
El 4F del 92 nos sorprendió con las bárbaras imágenes de un madrugonazo militar que sólo conocíamos por relatos de la historia, cuando se atrapaba sigilosamente a un desprevenido presidente durmiendo o en pantuflas en su casa y lo hacían preso. Yo no podía creer lo que estaba sucediendo, pensaba que la última dictadura militar que el país sufriría sería la de Pérez Jiménez y bien pelado que estaba. Recuerdo la sensación desagradable que me dio la figura de Chávez, la de un impresentable militar que había mancillado la soberanía popular y que de pasó rompió su juramento de defender y respetar la Constitución.
Esa opinión negativa no cambió en el curso de 23 años, la mantengo incólume y la historia lo ha confirmado, por vías de violencia, corrupción y de mentiras no se construye un país, más bien se degradan las instituciones y sus habitantes.
Este 4F es el peor. Un heredero ilegitimo se niega a cambiar un modelo fracasado que hundió al país, con acciones forajidas y erradas políticas, aderezadas con desbordada corrupción e impunidad.
Nunca vivimos mayor inflación, escasez de bienes esenciales, descenso de la calidad de vida y la multiplicación de la deuda en medio de una bonanza record. Este 4F nos agarra con represión, ahora bajo la amenaza de que los militares aplicarán sus armas mortales en contra de las manifestaciones pacíficas del pueblo.
Ante la falta de dólares, se los robaron todos, se resienten las misiones asistencialistas, concebidas como meras y simples compras de lealtades electorales, siempre el régimen se negó a ejecutar políticas efectivas de inclusión y generación de empleos estables, bien remunerados y educación de calidad.
El trabajo pendiente en Venezuela sigue siendo crear la República. Una tarea que comienza desde los propios ciudadanos, o más bien, desde el momento en que decidimos ser ciudadanos. Ser ciudadanos implica obrar con conocimiento, juicio, prudencia, reflexión y orden, como enseñó Miguel José Sanz.
Pues tan nocivo es el despotismo de quien ejerce el Gobierno a través de un personalismo que tiraniza el pueblo, como la improvisación en la política, que resulta en desorden, trastorno y anarquía.
Ser ciudadanos supone desterrar el olvido. Y recordar que la paz de la democracia es un bien inestimablemente mejor que el de cualquier forma de opresión organizada.
¡No más prisioneros políticos, ni exiliados!