Enrique Ramírez, Los durmientes (video tríptico 15′), 2014. Fotografía: Andrés Cárdenas
Los durmientes
Edgar Cherubini Lecuna
París, noviembre 2014
La cuenca o fondo sumergido del mar chileno es como un espejo del país, allí se observan cordilleras, altiplanos, inmensos valles y fosas insondables cercanas al litoral. Ese paisaje submarino está poblado de cuerpos de personas que antes vivían en pueblos y ciudades, con sus familias y sus amigos, pero un día desaparecieron de la superficie de la tierra sin dejar rastro.
Enrique Ramírez nació en 1979, cuando ya habían transcurrido 6 años del golpe de estado y establecimiento del régimen militar en Chile. Durante su infancia y adolescencia, escucha a los adultos hablar de personas lanzadas al mar desde helicópteros, amarradas a rieles de tren. Como es sabido, durante la dictadura, los militares cometieron innumerables violaciones a los derechos humanos. Las cifras hablan de 28.259 víctimas de prisión y torturas, 2.298 ejecuciones sumariales y 1.209 desaparecidos. Enrique recuerda esos años en tonos de gris y un silencio que se colaba por todas partes.
Lo único que no pudieron controlar los militares fue la atracción gravitatoria que ejercen la Luna y el Sol sobre el mar, las denominadas mareas vivas, pues en una playa llamada La Ballena, en 1977 afloró del silencio de las profundidades el cuerpo de una mujer. En la pleamar, las corrientes invisibles del fondo arrojaron los despojos de una joven a la orilla de la playa. Después se descubrieron restos de algunos rieles en el fondo de otra bahía. Allí comienza el proceso, aún abierto, de los desaparecidos en el mar.
Enrique Ramírez ha levantado una serie de mapas topológicos que no se fijan en los detalles geográficos o de escala, sino que difunden las coordenadas de lugares frente a las costas de Chile donde se cree se encuentran los cuerpos. Sus mapas no son una representación exacta de lo que describen, él no es un cartógrafo, son los mapas de sus sentimientos, de los recuerdos de su infancia y adolescencia, son coordenadas imaginarias trazadas en un intento de explicar lo que escuchaba de niño sobre esas personas que fueron lanzadas al mar, de su incomprensión de los hechos y de lo que se imaginaba sucedía en el fondo del mar.
Enrique Ramírez es un artista y actualmente expone su propuesta videográfica titulada Durmientes, en el Palais de Tokyo, en París. En la entrada de la sala, una pantalla muestra la belleza de un mar de color azul cobalto en movimiento incesante, con sus remolinos y olas. En otra pantalla se observa en cámara lenta un helicóptero a punto de despegar, el ruido de sus aspas se convierte en un zumbido que marca un compás de fondo, como el latido de un corazón.
Dentro de la oscuridad de la sala, observamos un tríptico con videos proyectados simultáneamente. A la izquierda se aprecian las tomas subjetivas desde el helicóptero en pleno vuelo sobre la inmensidad del mar. En la pantalla de la derecha, un grupo de cruces de madera flotan y repican como boyas en medio de la bruma. En el centro, se desenvuelve la acción de un hombre mayor que camina hacia la costa, mas que caminar deambula sin cesar llevando un pez con las dos manos, como si se tratara de una prueba o de una ofrenda. Se escuchan sus pensamientos, que se repiten una y otra vez con las mismas palabras, “Mirar… Mirar… Mirar el fondo… Mirar como se deshace todo… Mirar como desaparezco… Mirar… Buscar … Buscar algo que no se ve … El olvido… El silencio…”. A propósito de esta imagen onírica, me viene a la memoria lo que Arthur Adamov se preguntaba en relación a las palabras, “Las palabras, centinelas del sentido, no son inmortales ni invulnerables. Las palabras, como los hombres, sufren. Unas pueden sobrevivir, otras no tienen salvación y mueren. En la noche todo se confunde, ya no hay nombres ni formas. Gastadas, raídas, vacías, las palabras se han vuelto esqueletos de palabras, palabras fantasmas”. Durante la larga noche de la dictadura se decretó el silencio, las palabras podían significar prisión, tortura y muerte. Pero lo trágico de ese silencio puede transformarse en redención. El film termina con la voz del hombre adentrándose en el mar: “Fabricar el retorno… Fabricar la búsqueda… Fabricar la vida… Fabricar el tiempo… Fabricar un idioma”.
Con su propuesta de video arte, este joven artista cruza un umbral perturbador, al dar marcha atrás a su memoria y a la recuperación del sentido de las palabras fabricando un lenguaje para romper el silencio y hablar por aquellos que yacen en el fondo del mar.
Esa tragedia latinoamericana llamada dictadura militar, obliga a reflexionar sobre las ideologías dogmáticas y sectarias, sean de derecha o de izquierda que se creen poseedoras de una verdad absoluta y por consiguiente se arrogan el derecho de aniquilar en forma física o política a quienes se opongan a ellas o a sus objetivos. Se trata del horror de una dictadura, de cualquier dictadura y del silencio que imponen.
Durante la dictadura en Chile, en la dictadura cubana o en la que se desarrolla en Venezuela en medio del aberrante silencio de los países democráticos de la región, en todas sin excepción, el discurso reduccionista y humillante del régimen es la única voz. El lenguaje político es demolido, aniquilado, de allí que la democracia y su sistema de libertades y derechos, de progreso individual y colectivo, se extinguen junto con éste. Es en el fondo es el fracaso de la política y de toda una sociedad, cuando ésta es incapaz de detener las nefastas espirales de polarización, sectarismo, intransigencia, odio y violencia genocida.
Ya lo dijo el filósofo Theodor Adorno: “La eficiente industria del asesinato en masa que implementaron los nazis significó el fracaso de toda la sociedad alemana, en la cual los individuos como agentes racionales y autónomos de la moral, fallaron en detener el holocausto”.
Pero, frente al mal y el silencio que este impone, el individuo es impulsado a afirmar su humanidad armado de palabras, como un mandato de su propia supervivencia moral y cultural.
En las vías férreas, los durmientes sirven para mantener unidos los rieles que conforman la vía. En estos videos, los durmientes son la metáfora del prolongado silencio que viene del mar.
Kafka escribió en sus Parábolas: “Las sirenas tienen un arma más terrible aún que el canto y es su silencio. Es quizás imaginable la posibilidad de que alguien se haya salvado de su canto, pero de su silencio ciertamente no”.