La noche de los cuchillos largos o cuando la revolución devora a sus mejores hijos
Antonio Sánchez García.-7 Octubre, 2014
1. Dos fuerzas parapoliciales fueron esenciales en el proceso de conquista y asalto del poder por parte de Hitler y su partido, el NSDAP (Partido Nacional Socialista de los Trabajadores Alemanes): las SA o fuerzas de choque y las SS o tropas de asalto. Ernst Röhm, un ex bolchevique, se integró en 1919 y convirtió a las SA en un poderoso amasijo de violencia callejera, colectivo de choque y parapeto propagandístico que llegara a contar con cuatro millones y medio de milicianos, las famosas “camisas pardas”. Al extremo de combatir exitosamente a comunistas y socialistas en las barriadas populares alemanas mediante diarios enfrentamientos, saldados con heridos y muertos. Hasta conquistar el control y la absoluta hegemonía de las calles, barrios, pueblos y ciudades alemanas. Se hicieron temibles y extremadamente poderosas, hasta convertirse en un Estado dentro del Estado. Las SS, en cambio, en manos de Himmler, el carnicero del Holocausto, tuvieron más funciones de policía política y represora, debiendo apuntalar a la policía política propiamente tal, la Gestapo o Policía Secreta del Estado. Y supieron subordinarse, bajo la coordinación de Göring y Goebbels, al control pleno y absoluto de Hitler.
No sucedió lo mismo con las SA. Al cabo de un año de dominio pleno de nazismo hitleriano, los hombres de Röhm mantenían mucho mayor fidelidad al socialismo que al nacionalismo, se consideraban parte fundamental del parapeto gobernante y crecieron en tal dimensión, que pretendieron competir con las fuerzas armadas alemanas, hasta entonces discretamente en las sombras pero conscientes del papel fundamental que comenzaban a jugar en el proyecto imperial expansionista del caporal austríaco, despertando su celo hasta exigirle a Hitler la drástica desaparición de las SA del mapa de la política dominante en la Alemania nazi. En su importante obra Los discípulos del diablo, el historiador Anthony Read, para quien el nazismo fue una suerte de culto religioso centrado en la personalidad de un hombre: el Führer, perseguir a Röhm y su cohorte era una medida desesperada, tanto para Göring como para Hitler. La SA había sido siempre una fuerza antigubernamental desestabilizadora; esa era su raison d’être, y le resultaba imposible cambiarla aunque el partido ya estuviese en el gobierno. Röhm y muchos miembros de su SA, incluido un núcleo duro de líderes, se tomaban muy en serio el “socialismo” del nombre del partido, y en su “segunda revolución” querían destruir al capitalismo, las grandes empresas, las fincas agrícolas, la aristocracia y el antiguo cuerpo de oficiales. Y si Hitler pretendía interponerse en su camino, también lo destruirían. ‘La SA y la SS no permitirán que la revolución alemana languidezca o sea traicionada a medio camino por quienes no combatieron en ella’, proclamó Röhm desde junio de 1933 en la Nationalsozialistische Monatschrift (Revista mensual nacionalsocialista). ‘Les guste o no, continuaremos con nuestra lucha. Si finalmente entienden qué persigue, ¡con ellos! Si no lo quieren, ¡sin ellos! Y si es necesario, ¡contra ellos!’” (Anthony Read, Los discípulos del diablo. El círculo íntimo de Hitler, Océano, México, 2010, pág. 245).
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