Hanna Arendt advertía que en el totalitarismo el castigo no guarda relación con el delito. Ciertamente, cuando se trata de sancionar la conciencia, no existe manera razonable de estimar la cuantía y dureza de la pena que se aplica. Nuestros estudiantes son castigados discrecionalmente, sin apego a normas y sin respeto por los procesos legales establecidos, porque en el socialismo totalitario quien los castiga no es la justicia sino la voluntad del gobernante. Si éste califica los actos de protesta como acciones de la "derecha fascista" ya está dictando sentencia; solo resta la obediencia de vicarios venales con togas de fiscales y jueces para materializar el abuso. En otras ocasiones, el castigo es aplicado directamente en la calle, sin tribunal, por quienes semejan más a las Guardias Rojas Maoístas que a la llamada “Guardia del Pueblo”. Hoy, ese ensañamiento es atizado por la frustración que le produce al régimen la rebeldía de jóvenes a quienes en nada convenció la prédica, escuchada desde temprana edad, de un charlatán, supuesto constructor del " hombre nuevo".
Esta modalidad de justicia es aprendida de la vieja escuela comunista. Una joven estudiante y poeta china, de nombre Lín Zhao, llevada a prisión, torturada y finalmente fusilada por el delito de una expresión disidente durante los años de la brutal Revolución Cultural, la definía en su legado literario escrito en la celda de reclusión: "Según los principios marxistas-leninistas la Ley es ‘la voluntad del autócrata’, si para éste, resistir, luchar por la libertad y exigir derechos humanos tipifican delitos, no hay necesidad de evidencias ni testigos”.
¿Cuánto podría esperase del diálogo con semejantes árbitros de la justicia…?
Ramón Peña. 5/5/2014