Yoani Sánchez, La Habana | 26/05/2014
Hoy, mientras publico este texto, miles de estudiantes de La Habana están sentados frente a su examen de matemática. En el cronograma de ingreso a la Universidad se ha debido incorporar una nueva convocatoria para esta asignatura, después de un escandaloso caso de fraude. El filtrado y la venta de las preguntas a evaluar terminaron con la anulación de la prueba anterior, tres profesores detenidos y un número impreciso de alumnos investigados.
Aunque la práctica fraudulenta es común en las escuelas cubanas, este caso ha provocado una profunda reflexión en la sociedad, incluso en los medios de prensa oficial. Hemos visto en nuestra pantalla chica decenas de entrevistas a gente que repudia la falsedad de copiar de otro y la mentira de adjudicarse conocimientos que no se tiene. Todas las personas consultadas dicen estar en contra de semejante estafa. Pocos, o ninguno, reflexionan sobre el entorno de hipocresías, dobleces y simulaciones en que han crecido estos adolescentes que tienen ahora entre dieciséis y diecisiete años.
Justo esta hornada de escolares se educó bajo algunos experimentos educativos como los llamados maestros emergentes. ¿Hay mayor fraude que tener frente al aula alguien que dice ser maestro pero no posee ni los valores éticos ni los conocimientos para ejercer tan digna profesión? ¿Cómo pedirles honestidad si la pantalla del televisor por donde recibieron sus tele-clases, jamás logró transmitirles códigos morales adecuados? Son estos muchachos, que en este minuto se enfrentan a una prueba de matemática, hijos directos de mi generación, rodeada de artificiales resultados académicos y de calificaciones infladas.
Vale la pena recordar que durante décadas las escuelas y los maestros que no lograran que sus clases estuvieran por encima de los noventa puntos o cercanas a los cien, eran regañados, se les quitaba la emulación y hasta recibían penalizaciones administrativas y materiales. Era la época en que todos debían aprobar, fuera como fuera. Esos tiempos en que Fidel Castro leía en la tribuna los resultados académicos de los preuniversitarios con promociones elevadas, sabiendo –en su fuero interno- que aquello era una gran mentira creada para él.
Se volvió frecuente que los profesores dictaran las preguntas del examen con antelación, pasaran por la mesa de los que se demoraban más, para “soplarles” las respuestas, o –simplemente- salieran del aula dejando a los alumnos solos para que pudieran copiarse las respuestas unos de otros. Para quienes estudiábamos con tesón siempre resultó muy frustrante la complicidad de tantos maestros y metodólogos de educación con la práctica del fraude académico. Nosotros somos los padres de esta generación que hoy se evalúa en las aulas habaneras. ¿Cómo iban a ser distintos? ¿Cómo vamos a pedirles que no hagan lo que tanto han visto hacer?