La larga sombra de Chávez
Suele decirse que el fallecimiento de grandes seres humanos deja siempre grandes vacíos. Esto suele ser cierto en el plano emocional, pero no necesariamente desde otros puntos de vista. Un gran ser humano (incluso cuando se trata de un político) es siempre alguien que cuenta con el don de la humildad. La humildad implica sentido de las proporciones. Las personas humildes saben que no son imprescindibles, razón por la cual, así como destacan y trascienden por sus ideas y por su trabajo, por su capacidad de transmitir algo a los demás y por tener la habilidad de dejar un legado, se caracterizan también por preparar su ausencia. Así, constatamos que un gran ser humano (y sobre todo, un gran líder político) lo prepara todo antes de su marcha definitiva, porque un gran ser humano es, en definitiva, alguien que se pone al servicio de algo más grande que sí mismo. Su ausencia será sentida como tristeza (no podría ser de otro modo), pero no como debacle. Quien sostiene “après moi, le déluge” reclama siempre más de lo que puede ofrecer.
Desde muchos puntos de vista, Hugo Chávez puede ser considerado como un gran hombre, y sobre todo, como un gran líder político. Lo fue, al menos, en los términos que suelen emplearse en política para referirse a las figuras grandilocuentes, conspicuas, que alcanzan un gran protagonismo y hacen girar todo en torno a sí. Ahora bien, está claro que las figuras más grandes de la política se caracterizan, no tanto por los rasgos anteriores, sino por el hecho de ser creadores, constructores, padres fundadores. Los verdaderos titanes de la política son aquellos que, más allá de su visibilidad, demuestran con el tiempo su capacidad creativa para generar y fortalecer nuevos órdenes, nuevos espacios públicos para la constitución de sociedades más sanas, más prósperas y más poderosas, situación que logra perdurar más allá de su propia vida.
¿Fue Hugo Chávez este tipo de líder? ¿Está la llamada “Revolución Bolivariana” en capacidad de sobrevivir y trascender a su “gran timonel”? Es aún muy pronto para poder responder con solvencia a dichas interrogantes. Sin embargo, sí estamos en capacidad de enunciar algunos aspectos y dinámicas que, perteneciendo al pasado o estando en pleno desarrollo, siembran graves dudas al respecto:
1. La irresponsabilidad de competir en las elecciones del pasado 7 de octubre: Hugo Chávez ganó unas elecciones particularmente importantes para luego no estar, ni siquiera, en capacidad de juramentarse como presidente. Esta situación no fue en absoluto “sobrevenida” (tal como argumentaron los magistrados del Tribunal Supremo de Justicia en un fallo que introdujo al país en un oscuro período que muchos juristas califican como de facto), sino que era absolutamente previsible. Chávez sabía que estaba enfermo y de forma terminal, razón por la cual el hecho de haberse presentado como candidato fue absolutamente irresponsable. Pudo haber preparado en vida al continuador de su obra para que ganara esos comicios, pero se sintió imprescindible. Podemos comprender que hubiera razones para tal decisión, pero ¿contribuye esta circunstancia a su trascendencia política, o la menoscaba?
2. La república pretende ser un gobierno de leyes, no de hombres: todos los gobiernos se constituyen a través de actos desarrollados por personas de carne y hueso. Sin embargo, todo gobierno aspira también a encarnar alguna forma de justicia; de lo contrario no se diferenciaría de una banda de ladrones. La garantía de que existe cierto apego a la búsqueda de la justicia es el respeto a las leyes, especialmente a las que uno mismo ha creado. Esto es particularmente importante en una república, que se supone es un gobierno de iguales. Nada más contrario al espíritu republicano que la consagración de determinados hombres como imprescindibles; nada más antirrepublicano que hacernos creer que la justicia es la concesión graciosa de un hombre todopoderoso. Al concentrar todo el poder en sí mismo, y al poner la constitución y las leyes al servicio de dicha concentración de poder, Hugo Chávez lesionó seriamente la república constituida en Venezuela, incurriendo así en los vicios que caracterizan a todo gobierno autocrático.
3. A la ausencia de Chávez ha seguido un período de facto: si hay un rasgo que diferencia a las democracias de las dictaduras es su comportamiento ante la ausencia del máximo líder. En una democracia, todo está contemplado en las leyes; basta con seguirlas. En una dictadura, y dado que los verdaderos pilares del poder no son legales, se impone un período de facto, una etapa de incertidumbre y de zozobra, de maniobras y reacomodos, hasta que las élites de la dictadura logran dar con la fórmula sucesoria. En otras palabras, nada es capaz de llenar plenamente el vacío del líder ausente, precisamente porque éste se erigió como único pilar de poder, eliminando todos los demás. En tal sentido, la salida de Chávez se parece más a la de un autócrata que a la de un demócrata. El mismo día en que se anunciaba la muerte de Chávez, mientras que el ministro Jaua señalaba que le corresponde a Nicolás Maduro el ejercicio de la presidencia temporal, el diputado oficialista Soto Rojas afirmaba que le toca asumirla a Diosdado Cabello. Pero no pasa nada, porque todos saben que ahí estará la Sala Constitucional del TSJ, presta a interpretar la constitución en la forma que resulte más favorable al chavismo; no en balde desde hace más de 8 años dicho tribunal no emite sentencias que perjudiquen a tal fuerza política.
4. Sucesores de Chávez juegan a instaurar un nuevo principio de legitimidad: los chavistas del alto gobierno saben o intuyen que Chávez se hizo imprescindible, y que las bases de su poder son relativamente inestables sin su “gran timonel”. De ahí que, con toda deliberación, se afanen en la apresurada promoción de un verdadero culto al difunto Chávez. Así, prácticamente todas las alocuciones del alto gobierno que tuvieron lugar el mismo día que se anunciaba la muerte del “comandante-presidente” estuvieron dirigidas a explotar la emocionalidad colectiva y a eludir la confusión reinante sobre la identidad y naturaleza del gobierno en estos momentos. Se prepara el terreno para que la legitimidad de los gobernantes no se asiente en su apego a las leyes y en su capacidad de gobierno, sino en su amor a Chávez y a su visión de la política. No es el respeto a la ley y a la voluntad popular, sino la fidelidad a Chávez lo que quiere ahora colocarse subrepticiamente como principio de legitimidad en esta “República Bolivariana”, cada vez más parecida a una monarquía. ¿Podría considerarse semejante anacronismo como un gran legado?
5. Las maniobras de facto han sido toleradas e incluso avaladas internacionalmente, en desmedro de la independencia de la nación venezolana y de la legalidad internacional: hace 10 años, los intentos del chavismo por hacerse con el poder absoluto en Venezuela sembraban desconcierto en el hemisferio. Hoy, los países de la región no sólo toleran la situación, sino que se benefician de ella. Los venezolanos que apuesten por un gobierno diferente deberán enfrentar no sólo el poder absoluto del Estado chavista, sino también la densa madeja de intereses creados a nivel internacional por parte de actores de todo tipo que se lucran de los petrodólares venezolanos. Los rusos venden armas, los argentinos venden deuda, los bolivianos se financian, los nicaragüenses asfaltan, los chinos fortalecen su seguridad energética… Chávez deja muchas viudas, y muchas de ellas extranjeras. A eso se le podría llamar “influencia internacional venezolana” si no se diera la triste circunstancia de que el control del país lo mantienen los socios externos y no los gobernantes internos. Raúl Castro lo dejó todo muy claro en la reciente cumbre de la CELAC, y así lo reconoce el mundo entero, que habla con La Habana para hacer negocios en Venezuela. ¿Qué puede decirse del legado de un gobernante cuya ausencia deja al país en manos de explotadores extranjeros?
6. Las bases de los aparentes logros de Chávez son inestables y temporales: se dice que Chávez redujo la pobreza e incluyó a los sectores “excluidos”. Tales afirmaciones podrían ser consideradas como ciertas, si nos negamos a comprender las cosas en toda su complejidad. Por un lado, desde hace décadas, cada vez que Venezuela ha experimentado un boom petrolero, los indicadores de pobreza ha mejorado. También es verdad que esos aparentes avances se revierten apenas se reduce la renta petrolera. Lo cierto es que en Venezuela no habrá verdadero combate a la pobreza hasta que el ingreso de las familias no esté atado a las alzas y bajas de dicha renta. No es esto lo que consiguió Chávez, sino todo lo contrario: desde hace más de medio siglo no dependía el país del petróleo en la medida en que depende ahora. Al valer cada vez menos el dinero y el trabajo de los venezolanos, en vez de combatirse la pobreza lo que se ha alcanzado es una perfecta garantía de pobreza para el futuro. Con respecto al sentimiento de inclusión, no puede negarse que existe y es legítimo. Sin embargo, nuevamente nos encontramos con que todo parece ser una concesión graciosa de un personaje extraordinario. Personalmente, considero que no es verdadera inclusión el hecho de quebrar la ya menguada capacidad productiva del país, colocándolo en la máxima precariedad económica, para luego hacer transferencias directas de renta a los más necesitados. Eso es, más bien, establecer las condiciones idóneas para la perfecta servidumbre política.
Todo lo anterior nos lleva a pensar que, si bien no cabe duda de que Chávez pasará a la historia como un gran hombre, lo hará esencialmente por razones que no lo enaltecen. El preocupante futuro político y económico de Venezuela probablemente así lo ratificará, apenas nos alcance. Será tarea de verdaderos republicanos, y no de líderes mesiánicos, sacar el país a flote nuevamente.
Prof. Miguel Ángel Martínez Meucci
@martinezmeucci
http://martini76.blogspot.com/2013/03/la-larga-sombra-de-chavez.html