La semana pasada encontré en la calle a un amigo italiano que vive en Cuba desde casi una década. Se me ocurrió preguntarle por sus hijos, dos adolescentes que nacieron en Milán pero ahora crecen en La Habana. “Ahí los tengo, en la escuela francesa” me confirmó sonriente. En un primer momento no entendí por qué había optado por aquella enseñanza francófona, pero él me lo aclaró. “¿Y qué quieres, que los mande a la escuela pública? ¡Con lo mala que está la educación aquí!”. Indagando, supe que ellos comparten aula con hijos de diplomáticos, de corresponsales extranjeros y de Seguir leyendo