EL NACIONAL – Domingo 21 de Marzo de 2010 Siete Días/6
La violencia chavista
MASSIMO DESIATO
E scribo “violencia chavista” y no “violencia revolucionaria” para diferenciar dos tipos de violencias, a las que ya dediqué unas reflexiones en mi última entrega. La violencia chavista es cada vez más fascista. Pero afirmarlo es todavía poco.
Hay que comprender mejor la violencia fascista para entender la política de destrucción sin posterior creación del Gobierno.
Por extraño que parezca, nunca hubo violencia sin referirse a la afirmación de un derecho. Lo que pasa es que ese derecho nunca consistió en mero destruir cuando el que lo hace se percata de que no sabe hacer otra cosa. Se tendría derecho de destruir sólo para luego crear algo nuevo y mejor.
No es el caso del chavismo y, de manera más puntual, de la personalidad de su líder.
Chávez es un violento que, en cuanto narcisista, emplea la fuerza bruta para que no lo miren, esto es, no lo juzguen.
Sólo él cree tener derecho de juzgarse a sí mismo o, mejor dicho, cree que sólo la historia es decir él mismo lo juzgará correctamente.
La mirada de los ciudadanos trastoca el chavismo y a Chávez porque pone de manifiesto que a estas alturas lo que otrora era un movimiento colectivo se ha trasformado en vana agitación en medio de un mundo mágico donde destruir pasa a ser directamente crear sin ver que en cambio es sólo abandono. A partir de este punto destruir los objetos y los hombres significa simbólicamente el rechazo de ser mirados.
Por otra parte, es como si el chavismo creyera que la violencia, al destruir, dejará aparecer un orden del mundo preexistente, perfecto, acabado en sí mismo. Es una violencia que cree que existe una mala voluntad que hay que destruir, algo muy extraño en una revolución comunista, porque el comunismo no cree ni en el voluntarismo ni en un naturalismo. Cree en “condiciones objetivas”, y en el hombre que forja la historia, y es forjado por ella, contra la naturaleza.
Esta violencia chavista es ingenua. Tiene confianza en que expropiando aparezca sin ninguna otra operación el Bien. Que el Mal es la propiedad privada y que al destruirla, sin organizar una propiedad colectiva basada en un movimiento colectivo de base, el Bien se da por arte de magia.
Es una violencia intransigente porque rechaza la construcción de un mundo nuevo al dejar actuar sólo la destrucción. Puede llegar a elegir la destrucción de su propio fin y de sí mismo antes bien que reconocer los derechos del mundo existente y la forma en la que hay que operar en ese mundo para mejorarlo, o cambiarlo del todo.
La violencia chavista es hija del facilismo cultural, plaga que el país arrastra desde un tiempo demasiado largo.
Porque lo quiere todo, inmediatamente, aquí y ahora, y al mismo tiempo lleva once años “haciendo la revolución”, o mejor dicho, postergándola. Y la posterga porque es violenta hasta con la propia revolución, que demanda una fase activa, constructiva, reconciliadora, que supera la polarización después de la disputa feroz.
La violencia chavista es una violencia fascista, porque en cuanto operación sobre el mundo es una apropiación de ese mundo sólo para destruirlo. Y dentro de tanta expropiación, abandono, soledad existencial, en el fondo, la violencia chavista es una meditación sobre la muerte.
Sobre el exterminio de todo lo que es. Meditación sobre la nada, la anulación, la nulidad que se es sin saberlo. Y si no grita ¡viva la muerte! es porque es tan destructiva que no le sale ni siquiera el “¡viva! Que para gritar eso algo de vida hay que tener.