Resurgimiento del Fascismo
José Rafael López Padrino – Tal Cual 19/11/09
El debate sobre el tema del fascismo en América Latina se remonta a los años treinta. La aparición de movimientos políticos de tipo fascista en diversos países (Brasil, Argentina, Chile, Bolivia y México), en la época en que el fascismo se encontraba en plena ascensión en Europa, engendró grandes debates. Sin embargo, el fascismo como concepto se incorpora a la historia de América Latina después del nacimiento del APRA de Haya de la Torre en Perú, y sobre todo con los gobiernos de Getulio Vargas en Brasil, y Juan Domingo Perón en Argentina.
El fascismo vuelve al orden del día en los años sesenta-setenta con los golpes de Estado en Brasil (1964), Argentina (1962, 1966, 1976), Uruguay (1973), y Chile (1973). Todos ellos respondieron al agotamiento de la democracia burguesa, a la necesidad de la profundización del modelo capitalista y del control de los trabajadores, así como de los sectores populares en sus justas luchas sociales. Obviamente, el fascismo no había desaparecido, ni había sido derrotado, y mucho menos vencido.
En Venezuela, bajo la mascarada del socialismo del siglo XXI, ha resucitado esta perversión política ante el fracaso de la partidocracia como forma de gobierno, y la necesidad del proyecto hegemónico por domesticar a los trabajadores y a los movimientos sociales. A pesar de su amalgama de contradicciones ideológicas, su asqueante demagogia, su nauseabundo chauvinismo, su grotesco culto a la personalidad, su belicismo desenfrenado, y su concepción totalitaria del Estado, ha logrado oxigenar el bloque en el poder en sus pretensiones hegemónicas.
El proceso de fascistización ha ocurrido a través del desmantelamiento progresivo del Estado democrático-burgués y su sustitución por un Estado de carácter fascista, pero con modalidades económicas y políticas distintas al modelo europeo. Por nuestra condición de país subdesarrollado nos topamos con un neofascismo dependiente, diferente a la fase de la acumulación de capitales propia de los países desarrollados. En lo político, la incorporación de una retórica socialista, reivindicadora de los excluidos sociales, lo transforma en un neofascismo atípico.
El socialismo del siglo XXI (socialfascismo) promueve un pensamiento único, una reorientación del sistema educativo, una intolerancia a la disidencia, la imposición de leyes arbitrarias, una universalización de la intimidación y la represión, así como la creación de un Estado militar, cuyos nuevos paradigmas son “el golpeteo marcial de los talones, y el ordene mi comandante”. A nivel socio-económico, se puede concebir como un proyecto que fomenta un Estado corporativista, que impulsa un capitalismo de Estado depredador de las conquistas laborales, lo cual le asegura al capital transnacional su predominio y le garantiza su hegemonía sobre las fracciones de la burguesía nacional. El socialfascismo se ha instalado y pretende perpetuarse para siempre, ante la complicidad de muchos y la indiferencia de otros.