L a Asamblea Nacional aprobó una ley que prohíbe los juegos de video que inciten a la violencia. Aunque prohibir no es mi estilo en políticas públicas y mucho menos en materia de comunicaciones cualquiera que sea su formato, lo cierto es que Mortal Combat y cosas similares son de un gusto detestable. Pero el mal gusto y el culto a la muerte no son exclusividades del capitalismo cibernético. Mucho menos lo es la exaltación de la violencia mediante juguetes bélicos o armas de verdad.
La cultura de la izquierda radical siempre ha elogiado la muerte, la violencia salvadora, purificadora, la revolución violenta, las banderas ensangrentadas y los fusiles erectos.
Muchas de las canciones de los intelectuales oficiales de la revolución cubana, Silvio Rodríguez y Pablo Milanés, son emblemas del culto apasionado a la guerra, la muerte, la sangre y la inmolación.
No podría ser de otro modo pues si democracia es, como mínimo, el método para cambiar de gobierno sin derramamiento de sangre, la revolución es el festín de la guillotina y los paredones, del odio y la violencia: “El odio como factor de lucha, el odio intransigente al enemigo, que impulsa más allá de las limitaciones naturales del ser humano y lo convierte en una eficaz, violenta, selectiva y fría máquina de matar.” Lo dijo Guevara quien también reconoció que “hemos fusilado, fusilamos y seguiremos fusilando mientras sea necesario. Nuestra lucha es una lucha a muerte,” y escribiendo a su propia madre añadió: “No soy Cristo ni un filántropo, soy todo lo contrario de un Cristo. Lucho por las cosas en las que creo con todas las armas de que dispongo y trato de dejar muerto al otro para que no me claven en ninguna cruz o en ninguna otra cosa.” Dicho sea de paso: cosa más grande tú que los revolucionarios de acá igual se vistan de Che o de Cristo, personaje este último al que el guerrillero argentino, marxista autentico como era, no le profesaba ninguna fe. Pero claro, en las revoluciones postmodernas “anything goes,” así que lo mismo da quien sea el barbudo, con tal de que no se ponga corbata y haya hablado mal de los ricos así sea una vez.
La ética y estética de la violencia, que en Cuba fue épica y ahora burocracia cultural y militar, se pretende renovar en Venezuela galardonando a represores que convierten una rutinaria tunda gasificada, de aquellas que todas las policías venezolanas han dado sin gloria alguna a manifestantes desarmados, en pequeñas y personales batallas de Santa Clara, hazañas de Sierra Maestra o victorias en Playa Girón.
Por fortuna, los escritos del Che y las canciones de los troveros cubanos no quedan prohibidos, pero ¿será entonces que habrá que diseñar nuevos video-juegos con la Canción del Elegido como tema de fondo cada vez que un Che cibernético y condecorado, con botas Berluti, se carga a un escuálido? He acá una nueva oportunidad de negocio revolucionario.