Elías Pino Iturrieta ¿Pensamiento único?
El país depende del capricho de lo que le vaya pasando por la cabeza a un hegemón
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Ahora no se trata, por ejemplo, de comparar las peroraciones del mandón con los rudimentos de Lina Ron, pese a que sólo en un movimiento lampiño de ideas puede llegar a la celebridad una vocera indigente en materia cerebral, sino sólo de averiguar si cuenta el líder con un conjunto de proposiciones cuyo contenido refleje la existencia de una reflexión madura, o el apoyo de fuentes adecuadas para llegar a una propuesta respetable sobre un país al que pretende poner patas arriba.
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Hace poco, en la inspección de una comunidad “socialista” llamada Ciudad Caribia, el mandón pregonaba la sabiduría de Engels en materia de construcción de viviendas para los obreros, y pedía al ministro del ramo que se leyera lo que “ese viejo sabio” escribió para que la gente pobre viviera mejor, para que las “ciudades socialistas” del futuro cumplieran su cometido de justicia social. No fue una broma, por desdicha, sino la continuación de una tarea que se ha impuesto de divulgar por cuotas a unos evangelistas anacrónicos cuyos fragmentos pregona cuando considera oportuno. Engels, como sabe el lector, fue un respetable pensador alemán fallecido en 1895, fiel compañero de Marx y uno de los iconos del comunismo ortodoxo. ¿Cómo puede ayudar hoy el “viejo sabio” en la construcción de unas soluciones habitacionales que se levantan cerca de Macuto? ¿De cuál lugar, que no sea una mente calenturienta, puede salir el despropósito de convertirlo en arquitecto de nuestros contornos? Del mismo lugar en cuyo seno tomo cuerpo la “doctrina” basada en una amalgama de los textos de Bolívar con los escritos de Simón Rodríguez y las proclamas de Ezequiel Zamora, ramas de un “árbol de las tres raíces” de las cuales nacería el fruto de la felicidad venezolana en el siglo XXI.
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Sólo se muestran dos perlas de un extenso collar. El espacio no da para más, pero bastan para que el lector se plantee, sin forzar la barra, el crucial asunto de la existencia de pensamiento en la cabeza del líder de la “revolución”. El hecho de que lo tuviera no se convertiría en consuelo, sino en un nuevo motivo de preocupación, mas de lo visto se deduce la dificultad de toparse con un conjunto hilado de argumentos que pueda llamarse pensamiento en términos serios, con una conjunción de nociones susceptibles de ser simplemente entendidas. De allí que el país dependa del capricho, de lo que le vaya pasando por la cabeza de un hegemón según se le presentan los desafíos o según lo que resuelva hacer un día cualquiera, de la improvisación propiamente dicha, de una arbitrariedad continuada que nadie, ni siquiera quien la produce, está en capacidad de controlar sin que se llegue a una situación crítica. El descubrimiento no es difícil, pero tampoco auspicioso: sirve para ubicarnos cabalmente en el abismo hacia cuyo fondo precipita a Venezuela un individuo cuya vocación no es la de pensar, sino la de actuar en función del resorte de sus agallas.